Por CARLOS
MARTÍN GAEBLER
En los últimos años venimos
asistiendo, impávidos, al avance imparable de una nueva religión pagana que
glorifica el deporte y el negocio del balompié y cuyos fieles seguidores
(hombres casi siempre) piensan, sueñan, hablan y ven sólo fútbol. Los
protagonistas de esta futbolización social y televisada son los fanáticos de un
nuevo fenómeno de masas que, a modo de sarpullido alienante, le ha salido a
nuestro Estado de bienestar. Joan Brossa ya fue capaz de visualizar el fenómeno
en uno de sus sugerentes poemas-objeto: un balón de fútbol que, cual cabeza,
aparece tocado con una peineta, y que tituló País.
Nicolás Sartorius advirtió en su día que las programaciones de las televisiones están provocando el mayor proceso de desculturización de la historia de España. Hoy, una década después, Juan Goytisolo lo ha confirmado alto y claro: en lo cultural, vamos a menos. Gran Hermano, pobre país. Si antes era pan y circo, ahora el fútbol y la televisión, o mejor dicho, la telebasura, parecen ser los nuevos narcóticos sociales.
Durante nuestra transición a la democracia se perdió la oportunidad histórica de abrir la sociedad española a la curiosidad por conocer las culturas y lenguas periféricas. El creciente ombliguismo cultural es una de las herencias más perversas y empobrecedoras del Estado de las autonomías. Hoy constatamos tristemente que muchos españoles carecen de una cultura plural que les haga sentir como suyos tanto a Mª del Mar Bonet como a Enrique Morente, tanto a Chillida como a Barceló. Sin embargo, una canción de Lluis Llach puede contribuir más al entendimiento entre los pueblos que un Madrid-Barça.
Hay una mayoría de jóvenes españoles que llega a la universidad con muy escasa curiosidad intelectual y un pobre bagaje cultural, pero, eso sí, con el Marca bajo el brazo; apenas han leído libros y se expresan en un español de mil palabras. Sin embargo, mencione el profesor la palabra “fútbol” en un aula y a muchos varones se les dibujará un sonrisa de oreja a oreja pues habrán creído oír música celestial.
El Gobierno nos anuncia ahora su intención de invertir 23.000 millones de pesetas (138 millones de euros) para fomentar la lectura (el 43% de los españoles no lee o no ha leído nunca un libro). ¿Pero es que ya nadie se acuerda de que hace unos años un vicepresidente de ese mismo gobierno, y en plena batalla mediático-digital, declaró el fútbol asunto de interés general? Siembra vientos y recoge tempestades.
La omnipresente futbolización está desempolvando viejas rencillas localistas que creíamos ya desterradas en nuestro país. Se está animando a odiar al otro, al diferente. El contrario es ahora el enemigo y no el adversario. Cualquier fin justifica los medios menos escrupulosos. En una lúcida viñeta de El Roto, un jugador le espetaba a otro en pleno partido “pásame la pelota rápido que si no pierdo dinero”. Hay un enorme déficit democrático en nuestros estadios, que se han convertido en el caldo de cultivo de comportamientos racistas, machistas y homófobos, cuando no simplemente intransigentes.
En la España futbolizada ha desaparecido la ética deportiva, pues todo es negocio y lo que prima es el puñetazo, la zancadilla, la compra de partidos, el fraude en las fichas federativas, el dopaje, el lenguaje seudobelicista de ciertos medios, la obscenidad de sueldos multimillonarios, jugadores endiosados, y la total impunidad de unos directivos de empresas futbolísticas que parecen desconocer por completo las reglas básicas de la democracia y de la transparencia contable. El espíritu de la transición nunca llegó al mundo del fútbol. Y lo peor es que este viciado modus vivendi de payasos, corruptos y violentos es admirado e imitado por muchos jóvenes y adultos, que lo adoptan como modelo de comportamiento. Y así nos luce. Los niños españoles quieren ser futbolistas.
Esta columna puede parecerle políticamente incorrecta y ciertamente molesta a más de un progre futbolero, pero esto es lo que hay. La educación que laboriosa y pacientemente aporta un maestro la puede deshacer la telebasura en poco tiempo. A los educadores se nos pide que eduquemos en valores, como se dice ahora; pues manos a la obra. Iniciemos el contraataque, pero no con los pies sino con la palabra, para avanzar en la regeneración ética de la sociedad española. cmg2001
Nicolás Sartorius advirtió en su día que las programaciones de las televisiones están provocando el mayor proceso de desculturización de la historia de España. Hoy, una década después, Juan Goytisolo lo ha confirmado alto y claro: en lo cultural, vamos a menos. Gran Hermano, pobre país. Si antes era pan y circo, ahora el fútbol y la televisión, o mejor dicho, la telebasura, parecen ser los nuevos narcóticos sociales.
Durante nuestra transición a la democracia se perdió la oportunidad histórica de abrir la sociedad española a la curiosidad por conocer las culturas y lenguas periféricas. El creciente ombliguismo cultural es una de las herencias más perversas y empobrecedoras del Estado de las autonomías. Hoy constatamos tristemente que muchos españoles carecen de una cultura plural que les haga sentir como suyos tanto a Mª del Mar Bonet como a Enrique Morente, tanto a Chillida como a Barceló. Sin embargo, una canción de Lluis Llach puede contribuir más al entendimiento entre los pueblos que un Madrid-Barça.
Hay una mayoría de jóvenes españoles que llega a la universidad con muy escasa curiosidad intelectual y un pobre bagaje cultural, pero, eso sí, con el Marca bajo el brazo; apenas han leído libros y se expresan en un español de mil palabras. Sin embargo, mencione el profesor la palabra “fútbol” en un aula y a muchos varones se les dibujará un sonrisa de oreja a oreja pues habrán creído oír música celestial.
El Gobierno nos anuncia ahora su intención de invertir 23.000 millones de pesetas (138 millones de euros) para fomentar la lectura (el 43% de los españoles no lee o no ha leído nunca un libro). ¿Pero es que ya nadie se acuerda de que hace unos años un vicepresidente de ese mismo gobierno, y en plena batalla mediático-digital, declaró el fútbol asunto de interés general? Siembra vientos y recoge tempestades.
La omnipresente futbolización está desempolvando viejas rencillas localistas que creíamos ya desterradas en nuestro país. Se está animando a odiar al otro, al diferente. El contrario es ahora el enemigo y no el adversario. Cualquier fin justifica los medios menos escrupulosos. En una lúcida viñeta de El Roto, un jugador le espetaba a otro en pleno partido “pásame la pelota rápido que si no pierdo dinero”. Hay un enorme déficit democrático en nuestros estadios, que se han convertido en el caldo de cultivo de comportamientos racistas, machistas y homófobos, cuando no simplemente intransigentes.
En la España futbolizada ha desaparecido la ética deportiva, pues todo es negocio y lo que prima es el puñetazo, la zancadilla, la compra de partidos, el fraude en las fichas federativas, el dopaje, el lenguaje seudobelicista de ciertos medios, la obscenidad de sueldos multimillonarios, jugadores endiosados, y la total impunidad de unos directivos de empresas futbolísticas que parecen desconocer por completo las reglas básicas de la democracia y de la transparencia contable. El espíritu de la transición nunca llegó al mundo del fútbol. Y lo peor es que este viciado modus vivendi de payasos, corruptos y violentos es admirado e imitado por muchos jóvenes y adultos, que lo adoptan como modelo de comportamiento. Y así nos luce. Los niños españoles quieren ser futbolistas.
Esta columna puede parecerle políticamente incorrecta y ciertamente molesta a más de un progre futbolero, pero esto es lo que hay. La educación que laboriosa y pacientemente aporta un maestro la puede deshacer la telebasura en poco tiempo. A los educadores se nos pide que eduquemos en valores, como se dice ahora; pues manos a la obra. Iniciemos el contraataque, pero no con los pies sino con la palabra, para avanzar en la regeneración ética de la sociedad española. cmg2001
Tribu futbolera al calor del gol en un bar. |
14 comentarios:
Me gustó tu artículo; pero no estoy del todo de acuerdo. Verás. pienso que la grosería nacional tiene un origen más remoto, aunque datable. El franquismo, y lo que en nuestra postmodernidad colectiva conlleva, no es mas que un reflejo ejemplar muy reciente: algo así como el niño que ha aprendido perfectamente la lección; una especie de última luz estelar que se presenta como modelo a imitar. en mi humilde opinión, esta historia de la falta de educación y de civismo de que hacen gala los pueblos de Iberia, nace en el protocatolicismo de 1492, se reafirma con Felipe II y se extiende a los puntos más recónditos del inconsciente colectivo con Fernando VII. Conviene recordar que España, al igual que Rusia, careció, prácticamente, de Ilustración, y eso, quieras o no, pesa mucho. Los afrancesados nunca hemos sido bien vistos por estas tierras; de ahí la pobreza de espíritu y la falta, ´más absoluta, de conciencia respecto a la existencia de los otros --los que cuentan y los que no.
es de agradecer que en estos tiempos oscuros existan personas preocupadas por desentrañar nuestros abismos.
Después de 16 Copas de Europa, de ser el único país que ha logrado que dos equipos de la misma ciudad jueguen una final europea y de la histórica remontada de anoche del Barcelona al PSG, creo que ha quedado claro cuál es el país que domina el fútbol mundial. Primero el gol de Sergio Ramos en el minuto 93 que le dio una Copa de Europa al Real Madrid y anteayer el Barcelona remontando un 4-0, a pesar de que las páginas de apuestas le daban un 0% de probabilidades. Seas del equipo que seas, nunca dejes de creer.
Está claro que el fútbol ciega con su exhibición de fuerza, dinero y moda.
¿Es el fútbol un deporte? ¿Deporte político? ¿Nueva religión? Quizás sea un compendio de todo. Podría ser un negocio de ricos para explotar a los menos favorecidos. ¿Dónde y quién fabrica las botas, camisetas, etcétera? ¿Cuántos meses de salario de un niño-trabajador se pagarían con el importe obtenido por la venta de una camiseta en cualquier país europeo? ¿Es razonable que la FIFA tenga un presupuesto superior a muchos Estados europeos? ¿Quiénes se benefician de ello? Hacienda, nos dicen, somos todos. ¿También los clubes de futbol? ¿Pagan sus deudas multimillonarias al fisco? A muchos ciudadanos de a pie parece que les va vida en el éxito o fracaso de "su club". ¿Qué tienen en común con los "profesionales del gol" que ganan más en un día que muchos de los que le aplauden en toda su vida? La "medicina fútbol", y esto es seguro, nos vuelve más dóciles. No me puedo creer que esto esté perfectamente planificado. Nos daríamos cuenta de ello, ¿o no?
Decía don Fernando Lázaro Carreter que "el fútbol ha sustituido el fervor de la guerra."
Ya que andamos metidos en la pasión futbolística, viene a cuento un libro que acabo de saborear, "En qué pensamos cuando pensamos en fútbol". Su autor es Simon Critchley. En uno de sus apartados dice: “Al mirar el fútbol entramos en un mundo diferente, maravillosamente idiota. Porque aún con su cinismo, la corrupción y el capitalismo crónico propios de este deporte, ser aficionado te obliga a creer en las hadas, a comportarte como un estúpido y a tener un cierto grado de optimismo”. Un sincero homenaje a este deporte inmortal.
Algunas lumbreras del periodismo deportivo afirman que "fútbol es fútbol". Pues no; es eso y mucho más: es un tinglado que desata las pasiones y mueve miles de millones en todo el mundo y que, por tanto, estimula la codicia, las comisiones desorbitadas, los salarios inimaginables, las apuestas, la compraventa de partidos, la especulación inmobiliaria, el ansia de poder, los palcos presidenciales trufados de negocios y los grupos ultras que sirven para un roto y un descosido.
Lo angustioso del fútbol es que nada de lo logrado importa, que el pasado no existe aunque sea muy reciente, que las mayores gestas no bastan si no tienen continuidad inmediata ni se repiten indefinidamente. Si yo fuera futbolista, viviría desesperado y atemorizado: “El domingo metí tres goles, pero si hoy no meto ninguno, esos tres no servirán de nada y seré abucheado”... El fútbol y su insatisfacción permanente han teñido el mundo, pero quizá sea más bien el capitalismo más salvaje y demente, el que pide más y más y más, y más beneficios un año tras otro hasta que nos muramos… Es como para pararse y no hacer nada.
El eslogan que el Banco Santander utilizó para patrocinar la Copa Libertadores en España fue: El fútbol puede con todo. #footballcan
Por otro lado, El eslogan del Carrusel Deportivo de la Cadena SER es: ¡Creo en el fútbol!
Sin comentarios.
No es que Abramóvich blanquease su fortuna a través del fútbol y no solo que entrenadores y futbolistas de élite usasen la misma ingeniería financiera que los oligarcas para evadir impuestos (lo revelaron hace cuatro días los Papeles de Pandora). Es eso y otra dimensión tal vez más importante. Los palcos de los estadios han sido espacios paradigmáticos de blanqueamiento de reputaciones. Lo han usado emires u oligarcas, Rusia, China o Quatar. Porque este deporte tiene esa virtualidad: la pasión que nos provoca el fútbol disimula cualquier desliz si tu presidente ficha a la estrella que puede hacer ganar un campeonato. ¿Qué importa si la ficha va a pagarse con dinero no pocas veces opaco y de origen autocrático? Fue la repregunta que el entrenador Jurgen Klupp le hizo a una periodista a propósito del Chelsea, Abramóvich y la guerra de Ucrania: "Esa es la pregunta, pero creo que es obvio de dónde viene el dinero. Es decir, todos lo sabíamos, pero lo aceptábamos".
La Europa League para los sevillistas es religión.
La compañía aérea Air Nostrum cuela a los jugadores del Sevilla FC en un vuelo y obliga a 80 pasajeros a viajar a Madrid en autobús. La compañía pide perdón por el “error” y asegura que compensará a los afectados. “Esta prepotencia futbolera es propia de país bananero. Aquí el fútbol pasa por encima de todo y de todos”, protestaba el sábado por la noche uno de los 80 pasajeros damnificados que acababan de perder su sitio en el último vuelo que salía de Vigo con destino a Madrid. El lamento ante el mostrador de reclamaciones de la compañía Air Nostrum describía, entre el estupor y la indignación, una situación surrealista. Muchos pasajeros perdieron su vuelo, implicando un gran número de inconvenientes relacionados con ocio o trabajo durante la jornada de domingo. "Se han presentado cerca de 70 hojas de reclamaciones, nos han puesto un autobús de siete horas de duración para llegar a Madrid", comentaba una de las afectadas por este suceso.
El apoyo a la democracia se reduce entre los españoles más jóvenes. Uno de cada cuatro varones (25,9%) de entre 18 y 26 años, los bautizados como generación Z, considera que “en algunas circunstancias”, el autoritarismo puede ser preferible al sistema democrático. Así lo revela la última encuesta de 40dB. para EL PAÍS y la SER, El “desorden democrático” en España, que ofrece una radiografía extensa sobre la percepción ciudadana de la situación política actual y en la que la visión pesimista se impone. La mayoría de los españoles cree que la democracia no funciona bien, que se está deteriorando, y solo la mitad se siente representado por algún partido. ¿Tendrá alguna responsabilidad sobre este estado de cosas la prepotencia futbolera o el fango de las redes que tanto distraen? El dato es ciertamente preocupante.
El humor fascista que inunda nuestro tiempo es normal que ocupe de manera recurrente uno de los espacios más tóxicos de nuestro sociedad como es el fútbol de alto nivel entendido como un negocio exasperante. Para que el show funcione necesita atraer a un tipo de público mayoritario que acepte como mal necesario la presencia de neonazis con un historial delictivo y criminal si ayudan a generar más rédito empresarial. La normalización y asimilación del fascismo se torna natural si el máximo representante de la Liga de Fútbol Profesional es un antiguo miembro de Fuerza Nueva que se declara admirador de Marine Le Pen y tiene a su hijo enrolado en el lobby cultural de Vox y de Marione Maréchal Le Pen en el que también da clase el presidente de la LFP. No nos extrañe que acepten a los ultras cuando están al lado de ellos, dando clases, compartiendo negocio, siendo familia.
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