En su reciente columna Te cortaré en trocitos, Paula Bonet describe a grupos de hombres que, cual troles sexuales, han construido espacios peligrosos para las mujeres gracias al anonimato de las redes. Los inceles (neologismo generado a partir del acrónimo inglés incels, derivado de la expresión involuntarily celibate, o célibe involuntario, y que se pronunciaría como pinceles sin la p) son hombres que aseguran que el mundo les ha sido arrebatado por las feministas (“feminazis” las llaman), redactan manifiestos y pasan a la acción para recuperar un espacio que piensan que les pertenece. “Solo si redescubrimos nuestra masculinidad”, afirma uno de ellos, “seremos viriles. Y solo cuando seamos viriles seremos capaces de defendernos”.
Algo muy similar defiende el autor estadounidense Jack Donovan: éste quiere destruir una sociedad feminizada que, según él, se burla de los hombres. A quienquiera que lea sus manifiestos le pueden parecer ridículos, pero de inmediato aparece el terror, porque después de colgarlos en redes o grabarse defendiéndolos, son capaces de torturar y matar a mujeres por el simple hecho de haberse sentido rechazados por ellas. “No sé por qué no os atraigo a vosotras, chicas, pero os voy a castigar por ello… Finalmente, veréis quién soy de verdad, el ser superior, el auténtico macho alfa”, dijo Elliot Rodger antes de asesinar a seis personas en el campus universitario de Isla Vista, California. Siempre se ha dicho que el cerebro es el órgano erótico por antonomasia, pero estos individuos de escasa materia gris parecen ignorarlo.
En esta línea de lo ridículo, Donovan apunta que el clásico rapto de las sabinas, “mito fundacional por excelencia del hombre y la civilización” (Bonet recomienda leer a Susanne Kaiser), es su escenario ideal: exige que se acepte la masculinidad tóxica/violenta. Mary Beard nos alerte sobre lo peligroso que es la aceptación de algunos de los legados del mundo antiguo, como la violencia sexual o el poder del hombre por ser hombre. Estos hombres ven en las sabinas un cúmulo de carne que les pertenece pero que únicamente pueden poseer con violencia: la carne de las mujeres es el blanco de su ira más profunda. ¿Quiénes son aquí los nazis? ¿Las feministas o los odiadores?
Y concluye Bonet: La misoginia nos devuelve a las sabinas. Muchas de nosotras despertamos en el feminismo al observar la cara de terror de una de ellas que intentaba huir de su violador. Aquella mujer esculpida en Florencia por Juan de Bolonia nos salvó la vida.
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