Es necesario que los poderes públicos de todos los países faciliten los debates sobre la masculinidad, para actuar de forma más concreta contra la violencia machista, esta plaga que arrasa nuestro mundo.
Por BOLEWA SABOURIN y WILLIAM NJABOUM
El País, 9 marzo de 2020
Mientras escribimos estas líneas, hombres deciden de forma deliberada asesinar a mujeres para reafirmar su dominación sobre ellas. Cada día, en el mundo, mueren asesinadas 137 mujeres a manos de un pariente, y un tercio a manos de su pareja o expareja, según el último informe de la ONU. ¿Cuántas mujeres tienen que ser asesinadas para que se ponga en marcha una verdadera política dirigida a erradicar esta lacra y se entienda por fin que no se trata de sucesos aislados sino de un sistema de dominación social de un sexo sobre otro?
De Harvey Weinstein a Dominique Strauss-Kahn, pasando por Roman Polanski y Jeffrey Epstein, la revolución #MeToo constituye el verdadero punto de inflexión de este siglo, la señal de que no va a ser como ningún otro y de que hemos entrado plenamente en el siglo XXI. Las mujeres siempre han intentado construir un modelo de sociedad justo y equilibrado, dando el ejemplo a través de sus palabras y su resistencia. Sus compromisos se renuevan en cada época para permitir a la humanidad aprovechar su potencial, a menudo a costa de sufrir la dominación y la explotación. Desde Anne Zinga hasta las sufragistas, desde Rosa Parks hasta las militantes del #MeToo, las mujeres no dejan de interpelarnos, concienciarnos y movilizarnos sobre la sociedad que queremos.
Pero, en esta lucha por elevar, mejorar a la humanidad, un silencio significativo y pesado nos impide avanzar: el de los hombres. ¿Qué significa ser un hombre en el siglo XXI? ¿Qué es (son) la o las masculinidades? La masculinidad está ligada a la conquista, al poder. Nosotros, los hombres, somos los que explotamos un sistema en el que siempre tenemos todas las ventajas y que, de hecho, hemos construido con ese fin. Las mujeres han teorizado el feminismo y las masculinidades para superar su condición e integrar a los hombres en su lucha.
Los hombres a los que oímos hablar de masculinidad (Trump, Bolsonaro, Putin y otros) están bloqueados en una posición defensiva y agresiva, incapaces de desarrollar una visión humanista, al servicio de todas y todos. Su concepción de la masculinidad tiene como objetivo defender el orden establecido y, sobre todo, no cambiar nada. Hay miedo a ver desaparecer un mundo, miedo a ver desvanecer nuestra hegemonía. Lo masculino es sinónimo de libertad a expensas de los demás. Para perpetuar ese dominio, hay “salvaguardias” que nos vigilan y nos recuerdan los “buenos principios” de la masculinidad, el mito de la virilidad. Estamos encerrados en una supuesta invulnerabilidad. Porque ser vulnerable es traicionar.
Existe un mal vinculado a la relación con el poder, la invulnerabilidad y el control de nuestras emociones. Necesitamos replantearnos, reconstruirnos, revolucionarnos, individual y colectivamente. Dejar de hacer de la frialdad una virtud, dejar de aislarnos de nuestras emociones, en otras palabras, integrar todos los aspectos de lo que somos para vivir en paz. Queremos apropiarnos y poner en práctica una idea de Edward Said sobre las identidades. En su libro El orientalismo, dice que “la identidad humana no solo no es ni natural ni estable sino que deriva de una construcción intelectual, cuando no es completamente inventada”. Said propone como modo de actuación “la construcción de una identidad [...] ligada al ejercicio del poder en cada sociedad”. Para salir de las “ideologías deshumanizadoras” sería necesario que cada ser humano y cada sistema tuvieran la voluntad de “desaprender el espíritu espontáneo de dominación”.
Lo que proponemos es volver a imaginarnos y volver a curarnos, también individual y colectivamente. A partir de nosotros, de cada individuo, ¿podemos ayudar a dejar de construir o alimentar unos sistemas que legitiman las diferencias mediante la separación, la segregación, la manipulación, el dominio y la muerte?
Queremos contribuir a la conceptualización de un modo de vida, una forma de relacionarnos, compartir y colaborar, con un sistema basado en la complementariedad, la igualdad, la benevolencia, la seguridad física, emocional y afectiva de los individuos. ¿Cómo? Hablando entre nosotros. Hablando de nuestras vulnerabilidades. Porque hablar ya es una transgresión. Es atreverse a lo prohibido y matar el mito. Ese mito de la invulnerabilidad que hace sufrir a la humanidad y, por tanto, al planeta. Esto nos invita a cuestionar la relación del hombre con la dominación, con el sentimiento de invulnerabilidad e irresponsabilidad. ¿Quiénes somos nosotros y qué papel desempeñamos frente a las grandes crisis de nuestro mundo?
Este mundo en el que reinan los atributos de la masculinidad ha favorecido una cultura de la irresponsabilidad y los privilegios que está en el origen del desastre económico y social global. Lo paradójico es que la respuesta dada a los males contemporáneos de la sociedad se interpreta a través de la mutación del paisaje político internacional. El ascenso al poder de los extremos, empezando por unos líderes divisivos que personifican el mito de la virilidad y alimentan “ideologías deshumanizadoras”, nos alejan un poco más de los principios morales fundamentales. Quizá sea la moral, precisamente, lo que nos permita salir del mito. Atrevernos, correr el riesgo de exponernos tal como somos, superar el miedo a reconsiderarnos y poner en peligro todo lo que damos por sentado.
Es necesario que los poderes públicos de todos los países faciliten los debates sobre la masculinidad, para actuar de forma más concreta contra esta plaga que arrasa nuestro mundo. Sabemos muy bien que no será el elemento decisivo, pero sí es una piedra más que falta en el arsenal de las iniciativas para fomentar la igualdad entre mujeres y hombres.
Bolewa Sabourin es bailarín y coreógrafo, cofundador de la asociación LOBA. William Njaboum, miembro del colectivo, es economista.
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