Por DAVID TRUEBA
Cuando tus sueños son mentira, entonces sí que hay que empezar a preocuparse. Porque la rectificación, la salida del autoengaño, la aceptación de tus errores es en el fondo una apuesta firme por vivir en la realidad. Pero en los sueños uno confía en la falsa percepción, en la fantasía. Supongo que cuando tantos norteamericanos compran la idea de que su presidente, Trump, les va a devolver el esplendor de antaño apartan la vista del televisor que le muestra estrechando la mano del presidente Putin con un gesto de callada aceptación. Acaba de terminar un Mundial de fútbol disputado bajo medidas de seguridad militares, sin la menor mención a los asesinos que rocían una casa en Londres con gas nervioso para castigar la disidencia ni al misil de fabricación rusa que se ha probado como el causante del derribo en cielos de Ucrania del avión holandés lleno de doctores especializados en la cura del sida. Si la grandeza era esto, no es raro que la cola del león se enorgullezca de separar familias en la frontera sur. La intransigencia con los pobres y la debilidad con los poderosos es todo un rasgo de carácter.
No hace falta rascar mucho para saber que la potencia norteamericana le debe todo a apellidos como Einstein, Lubitsch, Rothko, Caruso o Nabokov. Todos residentes venidos de fuera cuando la fuerza residía en acoger. No es el único país en el que la bandera de la patria se utiliza para vendar los ojos. En la convención del partido más votado de España se usaron a mansalva los símbolos patrios, quizá para ocultar la falta de lucha contra tanto concurso amañado, tanta corrupción, tanto atajo académico. Si todos los que sostienen que van a volver a hacer a España grande se limitaran al menos a no empequeñecerla, ya tendríamos ganado la mitad del porvenir.
Ah, el porvenir. Tenemos el derecho de ser futuristas. Por eso cada día nos meten por los ojos que Amazon va a repartir sus envíos por drones teledirigidos, pero la realidad es que usan coches de usuarios en precario para entregar paquetería y la huelga de sus empleados delata que nos viene por delante otra ración de lo de siempre. Mientras Daniel Ortega tritura la memoria del sandinismo y Netanyahu dilapida la esforzada creación del Estado de Israel por la mera salvajada de no respetar los principios democráticos, se afianza la mentira como tradición histórica. En estos momentos, en muchos lugares del mundo hay gente soñando mentiras a las que va a conceder al despertar la categoría de ideales, de retos, de valores. Ojalá fueran insomnes. (El País, 24.07.18)
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