Por Daniel Martorell
Revista Yorokobu, 19 de abril 2013
Hace aproximadamente un año, la sala Renoir de Palma de Mallorca
echaba el cierre tras 15 años de programación y ocho de pérdidas. La
ciudad se quedaba así sin su única cartelera en versión original. El
cine más independiente y con subtítulos ya no era negocio y el mercado
dictaba sentencia de muerte. O eso parecía.
Al poco de conocerse la noticia, cerca
de 2.000 cinéfilos se movilizaron para rescatar las cuatro salas,
hacerlas suyas y mantener encendida —con romanticismo y tesón— la
bombilla del proyector. El antiguo propietario puso el primer granito de
arena —regalarles las máquinas de proyección—, y la loca idea de que la
ciudadanía se adueñara del cine empezó a tomar forma.
Liderado por gente que venía del mundo de la televisión, productoras y
amantes del cine en general, y respaldado por el entusiasmo de 2.000
activistas soñadores, el proyecto se hizo realidad y echó a andar en
pocos meses. El grito original de ‘Salvem els Renoir!’ dio paso a una
red organizada Asociació Xarxa Cinema,
con diversas comisiones de trabajo, un sistema de cuotas para asegurar
la viabilidad del proyecto, y la convicción de que el mercado se había
equivocado y que la voluntad popular podía triunfar. Querían cine de
calidad y en versión original. Y a día de hoy lo tienen.
En S’Escorxador, el antiguo matadero de Palma, Cineciutat
enciende sus bombillas a diario con una programación elegida en
asamblea y por sus socios. Títulos menos comerciales que en las salas
generalistas y reposiciones del cine de toda la vida. Esta pequeña
familia está formada por seis empleados (la taquillera, el portero, el
encargado del bar, dos proyeccionistas y el gerente), cien personas al
frente de las comisiones y algo más de 1.600 socios que aportan 100
euros al año a cambio de entradas a 4 euros —para ellos y un
acompañante— y una invitación al mes.
Sufriendo y haciendo innumerables cábalas, el modelo de autogestión
resiste a los envites de la industria. Pero no es fácil. Uno de los
grandes escollos es lograr la confianza de las distribuidoras para que
cedan copias de las películas. “Cuando hablamos con ellas —explica
Javier Pachón, el gerente— les tenemos que repetir una y otra vez que no
somos una comunidad ‘hippie’. Tenemos que enamorarlas con este
proyecto. Seducirlas usando el romanticismo también”.
Si algo tienen claro los responsables de la asociación es que el cine
debe adaptarse a los nuevos tiempos y aportar algo más que dos horas de
entretenimiento con el estreno de turno. “Si no hay espectadores esto
se hunde. Por eso no nos queda otra que dinamizar las proyecciones.
Ofrecer algo más, como, por ejemplo, invitar a los directores para que
charlen con los espectadores después de la película, o montar talleres
de guión y dirección para escolares. O simplemente pensar que quizás
haya 500 personas tan frikis como tú, que les encantaría ver Los Goonies o El halcón maltés en pantalla grande. Y eso es lo que hacemos”.
La cartelera de Cineciutat ha logrado, de momento, un cambio en la
oferta cultural de la ciudad: el cine en versión original y el de
reposición empiezan a ofertarse también en otras salas, cuando hasta
ahora los exhibidores palmesanos jamás habían apostado por ello. Pese a
vivir con la soga el cuello por cuestiones de financiación, el sueño de
un grupo de ciudadanos amantes del cine sigue vivo. “Sé que es una
batalla perdida —confiesa Carles Llull, miembro de la comisión de
Educación—, por eso me encanta todo esto”. Javier Pachón sonríe, en una
mezcla de resignación y satisfacción por lo conseguido. Y lanza la
reflexión: “¿Todo se basa en el dinero? No. ¿El mercado manda? Depende…
El mercado cerró un cine aquí, pero la sociedad le dijo que no”.
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