Por Víctor Lapuente Giné
¿Por qué los cristianos fundamentalistas americanos votaron masivamente a un profeta del materialismo, el hedonismo y el narcisismo como Trump? ¿Por qué los católicos italianos apoyaron a Berlusconi? ¿Por qué tantas voces religiosas en la Europa oriental corean a déspotas oportunistas?
Parece una contradicción. Los votantes moralmente más intransigentes se alían con los líderes más inmorales. Pero, si analizamos la particular moral que defienden los fundamentalistas, la contradicción desaparece.
El historiador y pastor baptista Wayne Flynt señalaba en Financial Times que ha habido un giro en la moral de cabecera de los cristianos evangélicos. En la actualidad, se movilizan contra aquellos “pecados” que no quieren o no pueden cometer, como la homosexualidad o el aborto. Para un varón heterosexual y de mediana edad es más cómodo aceptar la primacía moral de las prescripciones contra la homosexualidad y el aborto que los preceptos contra, por ejemplo, la avaricia, omnipresente en la vida cotidiana de cualquiera.
Es la primera tentación de los religiosos, como ya denunció Jesús. En lugar de cuestionar nuestro comportamiento, tratando de controlar impulsos que pueden ser dañinos para nosotros mismos o para la comunidad, juzguemos la conducta de los demás.
La tentación ha existido siempre, pero ahora se le han sumado unos estímulos económicos y políticos. El mercado de las ideas religiosas se ha globalizado. Los predicadores que antes sermoneaban en sus parroquias tienen altavoces —de las radios a las redes sociales— con los que llegan a una audiencia sin fronteras. Pueden tentar a un mayor número de seguidores con su reconfortante mensaje: la salvación no está tanto en cambiar vuestras vidas como en modificar las de otros mediante leyes represoras.
Y han surgido políticos que se postulan como los guardianes idóneos de esa moral de conveniencia. A escala individual, Trump, Berlusconi y algunos autócratas del este de Europa son una parodia de los valores cristianos, pero ofrecen castigos colectivos a los grupos supuestamente pecadores.
Odia al prójimo tanto como te amas a ti mismo. @VictorLapuente
El País, 18.04.17
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