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Siempre me ha parecido que la revista ¡Hola! todavía pregona el enaltecimiento de una cierta España antigua y casposa. Sus portadas exhiben la vida (soñada por algunos) de personajes de la realeza, matadores de toros, folclóricas eternas, cantantes melódicos, tertulianos de programas de telebasura, aristócratas de privilegios ancestrales, y, cómo no, de los descendientes del dictador. En nuestra vida, el Hola ha ejercido gratis la función de órgano de propaganda justificador de instituciones obsoletas como la monarquía y la aristocracia. El estilo de vida idealizado que muestran sus reportajes (el glamour de mansiones exhibidas obscenamente, la ropa a la última o el maquillaje retocado digitalmente) actúa como somnífero social en las consultas de dentistas o en peluquerías varias. Hola retrata a una nación anclada en privilegios clasistas, y perpetuadora de patrones sociales ya superados por la mayoría de los españoles. El Hola es como la vox, perdón, la voz de esa España feudal que reclama su vasallaje de banalidad. ¿Por qué será que no se publican revistas parecidas en las repúblicas europeas de nuestro entorno? cmg2018
6 comentarios:
Cuanta razón tenéis amigo Carlos-Sancho.y por lo tanto al "populacho le encanta soñar con un mundo que nunca tendrá lo que ve.😈😤
Ha ha. Yes we have all that crap in Britain too. Bring on the republic....
La actitud de la política española ha sido tremendamente idiota; España, sociológicamente, es de derechas, aún tiene una mentalidad de mayorazgo y manos muertas, un punto reaccionaria. En ese contexto conjunto, la infantilización que vemos de la enseñanza está en línea con la voluntad de manipular a las masas, imbuirlas de porquería con los mass-media. A bajar el listón de la universidad lo han llamado democratizarla.
Adoro el ¡Hola! porque refleja una sociedad que ya no existe. Es un mundo de fantasía con gente de fantasía que vive en una fiesta continua maravillosamente vestida. No es ni siquiera aspiracional, es admiracional.
Los valores de las sociedades democráticas y capitalistas actuales son propios de la burguesía que hizo las revoluciones liberales de antaño, la cual creó las democracias liberales y se aupó en el naciente sistema capitalista: la innovación, el emprendimiento, la cultura del trabajo y del esfuerzo, todo eso que nos repiten por la tele. Recuerda al sueño americano: no importa la extracción social, sino el talento y el sacrificio para llegar a triunfar. Los valores aristocráticos, mientras, son prácticamente opuestos: se valora la cuna, la tradición, la antigüedad, el abolengo y hasta la ociosidad, lejos de los valores que configuran los relatos (aunque no siempre sean verdaderos) de las sociedades modernas.
Las estafas y la corrupción nos ofrecen el espectáculo de la vida falsificada. Falsificada por las adicciones o por la exhibición de la ostentación en las revistas de cotilleos.
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