Por CARLOS MARTÍN GAEBLER
Hoy en día, cualquiera que tenga en sus manos un dispositivo electrónico de telecomunicación sabe cómo usarlo, tan intuitivos son, pero no existe manual de instrucciones alguno que le enseñe cuándo usarlo y cuándo no. En esta columna reflexiono sobre nuestra forma actual de comunicarnos y relacionarnos socialmente.
Si bien es comprensible el uso simultáneo de sistemas de telecomunicación en momentos de ocio al aire libre, mientras cocinamos o hacemos alguna tarea del hogar, hay otros momentos en los que nuestro interlocutor requiere de nuestra atención en exclusiva, como cuando almorzamos con un amigo o familiar al que hace tiempo que no vemos, cuando ejercemos un trabajo de vigilancia o supervisión, cuando asistimos a una obra de teatro, escuchamos una orquesta de música clásica o prestamos atención a un profesor en el aula. Es una cuestión de respeto. Ultimamente he comprobado que, además de por el lógico y progresivo envejecimiento neuronal, otro de los motivos por los que en la actualidad algunos adultos tienen tanta dificultad para aprender un idioma extranjero es por el déficit atencional que les provoca el estar pendientes de recibir una llamada o un mensaje de texto durante una clase. Esta ansiedad hace que su cerebro esté distraído, falto de la necesaria concentración para asimilar lo que oye o que ve.
Familia empantallada |
No prestamos atención a la realidad circundante cuando vamos en el autobús o en el metro, y así no nos vemos impelimos a pensar en la sociedad injusta y defectuosa que nos rodea. Pensar es necesario para construir un mundo mejor. Y cuanto menos pensemos mejor para el poder establecido. Caminamos por la calle distraídos, sin alzar la vista, cual autómatas, absorta nuestra mirada en una minúscula pantallita centelleante de letras animadas en continuo movimiento. Nos sentimos frustrados porque nuestro interlocutor no nos preste la atención que merecemos. Vivimos en la era de la distracción.
Vivimos hipercomunicados a distancia con otras personas, pero desconectados de nosotros mismos. Nos conformamos con una interacción de bajo coste, tanto emocional como lingüística. Predomina la telecomunicación frente a lo que me gusta llamar cercacomunicación. Se chatea o teclea para evitar hablar por teléfono o ver cara a cara mediante videoconferencia.
¡PARE DE TECLEAR! |
Quienes me conocen saben que no soy ningún tecnólogo, pues me sirvo a diario de las tecnologías de la telecomunicación, tanto en mi vida personal como profesional. Pero no me considero un esclavo de las mismas. Afortunadamente, vivo el día a día desenchufado y con la mirada atenta a lo que ocurre a mi alrededor y a las personas que me rodean. No considero la tecnología como la panacea para resolverlo todo, como ocurría en la pesadilla orwelliana.
Precisamos buenos modales tecnológicos para hacer frente a esta nomofobia (pánico a quedarse sin móvil). Un ejemplo ha sido la reciente conversión de algunos vagones del AVE en espacios silenciosos o la prohibición de conducir hablando o tecleando por el móvil. Estos días se publican libros sobre la dieta digital para no caer en excesos tecnológicos o vídeos que nos animan a levantar la mirada del teléfono móvil para apreciar la realidad circundante.
Luis Aragonés le espetó un día al jugador Sergio Ramos en un entrenamiento de La Roja:“¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!” La telecomunicación ha llegado para quedarse, de acuerdo, pero, ¿le estamos dando el mejor de los usos? ¿Tendrá algo que ver la desaparición de la asignatura Educación para la Ciudadanía con este no saber estar de algunos? ¿Quién nos educa para no abusar de la tecnología? cmg2014
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19 comentarios:
Da auténtico pánico ver como las compañías telefónicas han creado en la sociedad la necesidad de estar permanentemente conectado. Desde que empecé a observar el fenómeno de los smartphones siempre he defendido la misma posición, y he tenido que aguantar por ello multitud de comentarios y burlas. A día de hoy sigo sin tener ni Whatsapp ni Facebook, y aunque reconozco que en un momento dado puede ser útil, me niego a tenerlos más que nada como protesta a la presión social que tengo que soportar diariamente. No pasa un día que no escuche el comentario "ah, claro, es que como no tienes whatsapp no te hemos avisado". Este curso he tenido que hacer muchos trabajos en grupo y no pasaba un día que alguien soltara un "¿pero por qué no te haces whatsapp?, es que no podemos contactar contigo", como si se hubiesen olvidado que los teléfonos también tienen la función de llamar.
En cuanto a lo que comentas de como el uso del móvil interfiere en la vida laboral, precisamente la semana pasada un conductor de Tussam se saltó mi parada porque iba mirando el móvil. Afortunadamente iba despacio y frenó unos metros después, pero la cosa no se quedó ahí, ya que fue todo el trayecto conduciendo muy despacio porque iba usando el móvil.
Al igual que tú, yo tampoco soy sospechoso de ser tecnófobo, ya que uso muchísimo el ordenador e internet. Mis amigos saben muy bien que me encanta navegar, pero también saben que como quedemos para tomar algo y estén todos con el móvil a la vez, cojo y me voy.
En mi caso, tengo un hermano pequeño, de 11 años, y en este sentido trato de educarlo lo mejor posible. Me aterra saber que tiene compañeros de clase, (6º de primaria), que ya llevan el móvil a clase y usan whatsapp. No alcanzo a comprender que necesidad tiene una niño de esa edad de tener whatsapp, ni mucho menos como sus padres lo permiten.
Me quedo especialmente con este parrafo:
"Vivimos hipercomunicados a distancia con otras personas, pero desconectados de nosotros mismos. Nos conformamos con una interacción de bajo coste, tanto emocional como lingüístico. Predomina la telecomunicación frente a lo que me gusta llamar cercacomunicación. Se chatea o teclea para evitar hablar por teléfono o ver cara a cara mediante videoconferencia."
Saludos.
Me ha encantado tu artículo y no podría estar más de acuerdo contigo en todo lo que expones. Se ha cumplido la profecía de Einstein:
http://notidejes.blogspot.com.es/2013/02/se-cumplio-la-profecia.html
Levantaré la mirada, por si aún tiene remedio ;)
Un abrazo
Primero, felicitarte por el blog, el cual me parece muy interesante. Respecto al artículo,me ha encantado tanto el contenido como la forma. Has plasmado una aterradora realidad de las que aún pocas personas son conscientes, a pesar de los numerosos estudios y guías que se están publicando en este sentido pero, como en la mayoría de las adicciones, el adicto es el último en reconocerlo.
Sin embargo, pensando en esta sociedad tecnócrata e intentando rescatar lo positivo, me da esperanza en la condición humana ver cómo, paralelamente, surgen otros movimientos neutralizadores de esta epidemia, como el Mindfulness o la Conciencia Plena, Aunque, como suele ocurrir, son precisamente los que menos lo necesitan los que se preocupan de ello, pero que cada vez se utilizan más en escuelas junto a la educación emocional. Se me ocurre proponerte que, junto a la crítica acertada que realizas, ofrezcas una alternativa adaptativa y reparadora, si lo ves oportuno para que, a través de tu blog que tiene una función no solo divulgadora sino también formativa, llegue a tus lectores la conciencia de que es posible vivir el aquí y ahora y tener conciencia de uno mismo.
Vivimos en una sociedad audiovisual en la que la hegemonía de la imagen es indiscutible. Se habla de los nativos digitales, nuevas generaciones que aprenden de manera natural nuestra nueva forma de comunicación como se aprende la lengua materna. Sin embargo, igual que se enseña a hablar, a leer y a escribir, deberían enseñarse las reglas del lenguaje visual y audiovisual por el que se rige la sociedad actual. El tiempo destinado en la enseñanza obligatoria al aprendizaje del español ronda el 16%. El tiempo dedicado a la educación visual y audiovisual no llega al 1,5%, y en este tiempo se incluye la plástica y el dibujo. ¿Cómo esperamos que las nuevas generaciones aprendan? Lo comprenden sin duda, son nativos digitales, pero no saben ni leerlo ni escribirlo, es decir, son analfabetos audiovisuales, fácilmente manipulables por la televisión, el cine, los videojuegos, Internet, las redes sociales, las aplicaciones móviles, la realidad aumentada, la realidad virtual, etcétera. Solo con la educación conseguiremos que nuestros hijos no sean analfabetos audiovisuales.
Twitter, Facebook, Instagram. Las redes sociales han entrado en nuestras vidas haciendo que cada vez seamos más dependientes de ellas. Hasta tal punto ha llegado esta dependencia que cada día más gente acude a centros para desintoxicarse de la fiebre 2.0. Las redes sociales nos van alejando a un mundo online y nos quitan actividades como dar paseos en bici, leer un libro o tomar un café con otra persona. A cambio, los usuarios preferimos quedarnos en casa tuiteando. Qué razón tenía Albert Einstein cuando temía que un día la tecnología sobrepasase nuestra humanidad. Ese día ya ha llegado y deberíamos replantearnos cuánto tiempo perdemos “en línea”.
La distracción es un rasgo distintivo de nuestro tiempo. Tras el referéndum que aprobó el Brexit, muchos jóvenes británicos se levantaron al día siguiente incrédulos por la decisión tomada por una mayoría de sus compatriotas. Muchos ni siquiera se habían preocupado de ir a votar, y comprobaron que otros habían votado por ellos y habían cercenado su futuro laboral sin barreras en Europa. ¿Distraídos en su mundo virtual? Como dijo un estupefacto John Carlin poco después, la política es algo que hay que tomarse muy en serio. Distracciones las mínimas, añado yo.
El impacto que Whatsapp tiene en la vida de millones de españoles es creciente. Y en verano, planificar las vacaciones, intercambiar información sobre destinos turísticos, consultar mapas y hoteles o planificar la logística vacacional ya es una práctica diaria. Pero su uso reiterado también genera riesgos: según técnicos y expertos, Whatsapp ya se ha convertido en una de las grandes distracciones de la sociedad. Así, según Phone House el 42% de los usuarios españoles no pasa más de 60 minutos sin consultar los mensajes recibidos.
En el trabajo el 32% de los empleados ya consulta su terminal un promedio de cuatro veces por hora, lo que lleva a numerosos colectivos profesionales a limitar su uso, como el de los transportes de autobús y pilotos de avión, pero también camareros, vigilantes de seguridad y otras profesiones donde un descuido puede terminar en un fatal accidente.
Y es que combinar la conducción de un coche con el uso de la popular app ya es tan peligroso como conducir bajo los efectos del alcohol, indica la Dirección General de Tráfico. Según la DGT, el 59% de los conductores no espera nunca hasta su destino para leer un mensaje en su Whatsapp y un 49% confiesa haber enviado en alguna ocasión un mensaje conduciendo durante los últimos 6 meses. Tan solo durante el último año se pusieron cerca de 10.000 multas por el uso del móvil en el coche.
El fenómeno de la adicción a Whatsapp ha dado pie a todo un nuevo abanico de términos y tecnopatías o nuevos trastornos fruto del intenso contacto con esta aplicación. Un ejemplo es la apnea del Whatsapp, que se refiere a la ansiedad producida por consultar mensajes de manera compulsiva.
Carlos Martínez, CEO de IMF Business School, es claro al respecto: la cultura distraída de los españoles, la tendencia a mezclar trabajo y vida social y el carácter "parlanchín" de nuestro país son factores culturales que revierten en un consumo intenso de esta aplicación.
Parece que fue ayer cuando ibas de viaje y veías a la gente pasear cogida de la mano, mirarse a los ojos, ponerse fotogénicos delante de la cámara con la ilusión de verse después en el retrato. Ahora nada de esto es posible: ya no se ve gente paseando de la mano, todo el mundo lleva en las manos el móvil; ya no se miran a los ojos: van tecleando el susodicho móvil; ya no hay ninguna ilusión en el que se fotografía a cada instante preso del aburrimiento, no como la que teníamos nosotros que, con 15 años, solo contábamos en nuestro álbum de fotos con cuatro o cinco instantáneas. Las primeras que nos hicieron eran en blanco y negro: una, al poco de nacer; otra, con el mapa de España a nuestra espalda, en el colegio; otra, de marinerito en la primera comunión, y otra a los 15 años, dejando atrás el rostro infantil. Eran bien pocas, sí, pero mucho más importantes y apreciadas por nosotros que la saturación agobiante de selfies de ahora. Me temo que esto no tiene solución.
Conviene saber de lo que se está hablando en las redes sociales, pero es necesario discriminar. Hay mucha paja. Existe gente preocupada en reventarlo todo. El hecho de que tengan un altavoz tan potente es un peligro. Todo el mundo tiene acceso a las redes sociales y, puesto que no puede haber una selección, este es un problema irresoluble. Se ha demostrado que Twitter y Facebook no sirven para cuestiones muy profundas. Son como las conversaciones de bar. Mucho de lo que se oye hay que ponerlo en cuarentena.
El maleficio del aturdimiento y la amnesia parece inseparable de un mundo en el que todo gira en torno a pantallas de plástico muy pulido en las que ningún roce deja huella, y en las que lo aparecido en un momento borra con urgencia y sin ningún esfuerzo lo que apareció unos segundos antes. No soy un oscurantista: esto mismo lo estoy escribiendo en un portátil, y cuando lo haya terminado y corregido lo mandaré en un instante al periódico. La lejanía de las personas que quiero la alivio con una conexión a Skype. Una gran parte de la documentación que uso para mi trabajo la encuentro en Internet. Pero también viajo en avión y eso no me impide disfrutar del tren cuando la distancia lo permite; en las ciudades uso el transporte público, pero siempre que puedo voy en bicicleta o caminando, porque esos ejercicios, aparte de su utilidad práctica inmediata, también me ofrecen una posibilidad de estar físicamente en el mundo. Hay una seria ventaja cognitiva en llegar caminando a los sitios en los que uno quiere ver algo o encontrarse con alguien que le importa mucho. Desde hace millones de años, el cerebro de las especies de las que la nuestra es heredera evolucionó en concordancia con el hábito de caminar. El ritmo de la caminata y el del pensamiento se acompasan entre sí. El ejercicio despierta la inteligencia y agudiza los sentidos en la anticipación gradual de la llegada. Yo escucho mejor un concierto cuando he llegado a él caminando, y miro los cuadros más perceptivamente si una hora de paseo yendo hacia ellos me ha entrenado los ojos en la contemplación variada del mundo.
Cuantas más veces nos dicen que no se puede permanecer al margen, más tentados estamos de retirarnos del todo para habitar en exclusiva la realidad tangible.
Como subrayan expertos en temas educativos, no hay dispositivo electrónico capaz de generar la inspiración que surge en el contacto entre personas, pues la intuición, el entusiasmo y la sensibilidad son teclas que a menudo se activan cuando interactuamos personalmente.
Me he puesto por norma no mirar el teléfono durante las comidas. Así que, cuanto más como, más corto con este mundo permanentemente ultraconectado en el que vivimos. Y eso tiene que ser bueno seguro.
La adicción al móvil es un problema cada vez más serio en la sociedad actual. Estamos en Instagram, pasamos a Twitter y, de este, a Facebook, pestañeamos y estamos en WhatsApp. Nos pasamos horas y horas mirando una pantalla diminuta, contemplando el gran mundo de las redes sociales, sin darnos cuenta de que estamos cayendo en una adicción. Y lo cierto es que no podemos vivir sin el móvil. La sensación de falta de oxígeno al no encontrarlo no es una buena señal, sino todo lo contrario, pues nos hemos convertido en seres dependientes del mundo virtual y las nuevas tecnologías. Muchos de nosotros no podríamos afrontar la realidad sin estas.
Conducir coches, motos y bicicletas mientras leemos mensajes del móvil me parece un acto criminal y, como tal, debería ser castigado con la misma pena que la prevista para la conducción con alcohol o drogas. En mi barrio cada vez hay más personas que se saltan los pasos de peatones porque, literalmente, van cegados por las lecturas del móvil. Pere Navarro, el director general de Tráfico, se ha mostrado implacable contra estas conductas; pero pienso que no debería bastar con una mera sanción administrativa. Los fiscales ya se han puesto en marcha hace meses, investigando las llamadas telefónicas de los accidentes de tráfico con resultado de muerte. No olvidemos que los jóvenes son los más vulnerables, pues no se percatan de los peligros de conducir con altas dosis de móvil en sangre.
José Luis Gardón
Lo vemos continuamente. Niños absortos con el móvil que sus padres les han dejado para que no molesten, para que estén entretenidos, para que dejen de llorar, incluso antes de aprender a caminar. Niños que manipulan una tableta hipnotizados antes de aprender a hablar o escribir y que apenas saben lo que es jugar en el mundo real. Padres que lo fomentan y que manipulan compulsivamente los móviles delante de sus hijos, para enseñar con el ejemplo. Y a todo esto, las autoridades en enseñanza y maestros empeñados en introducir en la escuela las nuevas tecnologías, cuanto antes mejor. Y mientras esto ocurre, un pequeño grupo de niños privilegiados en Silicon Valley crecen, aprenden, juegan y viven libres de dispositivos tecnológicos. Quienes lideran la revolución tecnológica en el mundo no quieren para sus hijos las pantallitas ni en pintura. Por algo será.
Vivo en un primer piso y de vez en cuando me asomo a la ventana, para echar un pitillo (¡ay, las dependencias!). Lo que observo es un continuo fluir de personas mirando su móvil, con un cable en la oreja, hablando con alguien que está en otro sitio, o consultando sabe dios qué. Pero lo que me llama más la atención es su actitud distante con lo que les rodea. La famosa sociedad de la comunicación ha devenido en aislamiento social. Las personas se han sometido a la dictadura del móvil. Las empresas son negocios, quieren ganar dinero, es su objetivo, y nosotros somos sus clientes y proveedores. El cacharrito se ha instalado en nuestra vida y pocos saben vivir sin él. Pensar es ya una actividad obsoleta y en vías de extinción. Por eso sorprende que esta moda tenga más adeptos que críticos activos conscientes del peligro adictivo, y se beneficie a quienes, por dinero, nos acaban controlando.
La red es fundamental en nuestras vidas, cuántos hemos dicho eso de “no podría vivir sin Internet”. ¿Realmente sabemos asimilar como sociedad este boom tecnológico? Hemos pasado del teléfono supletorio de góndola a estar hiperconectados. Hemos experimentado una necesidad repentina de saber, de conocer, de estar y de mostrar, muy difícil de entender. De una forma u otra, nos hemos convertido en auténticos yonquis cibernéticos en menos de 15 años. Ahora hay en mi casa ocho dispositivos capaces de conectarme con cualquier lugar y persona en el mundo. Pero el avance tecnológico está creando increíbles desigualdades sociales sin darnos cuenta. Como sociedad no estamos sabiendo gestionar todo ese potencial desarrollado en tan poco tiempo. La tecnología nos supera y quizá va por delante del hombre. No sabemos parar esto y, lo que es peor, no sabemos dónde iremos a parar.
No está de más imaginar qué se dirá de nuestra época "extraordinaria" dentro de veinte o treinta años, cuando le toque ser pasado. Me temo que la hilaridad de nuestros hijos y nietos será inmisericorde: Fíjate, la gente andaba aferrada al móvil y no cesaba de mirarlo o teclearlo compulsivamente, sin atender a lo que sucedía a su alrededor. Se tropezaba, algunos eran atropellados por coches que no veían ni oían venir, y otros sufrieron accidentes mortales por hacerse un selfi idiota.
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