08 diciembre 2025

Hemos dejado de tocar

Con la tecnología, muchos de nuestros estímulos 

son hoy distantes y lejanos, cuando no inexistentes.


Obra 'Absorbed by Light' (Absorbidos por la luz) de la artista británica Gali May Lucas,
presentada en el Festival de las Luces de Ámsterdam de 2023. Foto: 
J. van den Eijnden

Por Diego S. Garrocho, El País, 8 de diciembre de 2025

Hay un momento en el que las palabras comienzan a significar lo contrario de aquello que un día nombraron. Es una paradoja semántica y casi una evidencia de la frágil relación que tienen las palabras con el mundo. En contra de lo que dijera Steiner, no hay ningún lazo invisible que anude por un extremo el lenguaje y por otro la realidad. Por eso estamos perdidos. Nadie puede saber qué significado de todos los que tiene un vocablo a lo largo de la historia es el más legítimo, ni hasta qué punto traicionar la etimología de un término supone una verdadera deslealtad. Una de esas palabras que dejaron de ser lo que fueron y que incluso invirtieron el sentido de su antigua raíz es la palabra “digital”.
Uno querría pensar que lo digital es lo que tiene que ver con los dedos y, sin embargo, hace tiempo que hemos dejado de tocar. La palabra dígito nos recuerda la relación que existe entre la mano y el acto de contar, pues los números, como saben bien los niños, se aprenden siempre con los apéndices articulados de una mano. Del dedo al número y del número a la programación de las pantallas, hay quienes todavía asumen que la digitalización es necesariamente un valor sin que nadie explique cuál es el rumbo que debe adoptar la tantas veces mentada transición digital.
El léxico tecnológico está lleno de paradojas y contradicciones. Llamamos pantalla táctil a una superficie que puedes palpar, a cambio de comprobar que en el fondo no estás tocando nada, salvo plástico. Muchos de nuestros estímulos son hoy distantes y lejanos, cuando no inexistentes o puramente aparienciales. Incluso las palabras, cuando aparecen proyectadas, dejan de ser lo que eran para convertirse en una imagen.
La digitalidad sin tacto hace que la gente viaje, pase consulta, practique inglés, atienda en clase o tenga relaciones sexuales sin tocarse y sin constatar la temperatura y la textura de lo real. Esta asepsia sensitiva nos obliga a vivir sólo para mirar una realidad que ni siquiera existe. Como en aquel texto de Oscar Wilde, desde hace un tiempo no es la copia lo que se inspira en el original, sino que es la reproducción falsa la que se ha convertido en unidad de medida de todo cuanto existe.
La realidad tangible se ha convertido en una excepción y pronto será un lujo que sólo estará al alcance de los más afortunados. Quizá, al final, toda esperanza consista en desobedecer la distancia. Porque sentir que todo está demasiado lejos es la manera más efectiva de condenarnos a una soledad irreversible.

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