Por VICENTE VERDÚ
El País, 2 de mayo de 2002
Pierre Bourdieu hablaba de nuestra época como el tiempo de 'sublimación de lo banal'. Sublimación, éxito de lo banal, lo mismo da. Cuando ahora se produce la victoria de Le Pen en las presidenciales francesas el resultado se tiene por un impronosticable horror. Más que eso: significativamente se le denomina seísmo u otra figura de las catástrofes que tienda a presentarlo como un hecho sin fundamento, proveniente de la locura o la lógica sin razón. Una catástrofe o un desenlace sin enlace con la realidad.
Sin embargo, el éxito lepenista es bien real. El voto otorgado a sus propuestas (desde la tolerancia cero a la pena de muerte, desde la negación de la nacionalidad a los extranjeros a la exultación de nuestra condición) traduce el deseo inmediato de su electorado. No un electorado supuestamente volcado a la derecha sino compuesto también por trabajadores y parados subversivos. Muchos de ellos mayores de 50 años pero otros no, ciertos ex comunistas, representativos en grupo de lo normal.
Una semana antes L'Express publicó un reportaje sobre la nueva sociedad francesa que tituló 'El triunfo de la mediocracia'. Pero esta mediocracia no era de derechas ni de izquierdas, no era medio rica ni medio pobre, no era muy crítica ni poco. Era la comunidad. Una comunidad que hoy se define por la mayor audiencia ante el televisor y que en España ha exaltado Operación Triunfo o Gran Hermano y que ha propiciado las secuelas de El bus, Supervivientes y la tan insufrible Confianza ciega.
Instruida la mediocracia entre María Teresa Campos y Crónicas marcianas, entre Sabor a ti y Grandiosas, ¿cómo pensar en la política, en la complejidad multicultural, en los trastornos étnicos, en cualquier elemento que perturbe la distracción? La mediocracia no sólo se alimenta de la mediocridad sino de un caldo tibio, ni caliente ni frío, que aspira a no ser alterada por la menor agitación y se complace en las olas de la banalidad.
Las mujeres españolas suelen quejarse de la desbordante oferta futbolística en nuestra televisión pero definitivamente la televisión se ha feminizado casi totalmente y lo ha hecho dentro de su nivel más mórbido. De la mañana a la noche, la televisión feminizada danza entre el cultivo de lo banal y el aderezo de las sobremesas que empiezan con Betty, la fea. Todas esas historias de amor y cotilleo instruyen día a día sobre lo que merece ser televisado y sobre lo que, en definitiva, la población asume sin parar. Su defecto no es la trivialidad sino, por el contrario, la trivialidad es su máxima golosina. En las tramas y subtramas de los personajes, desde Belén Esteban a Carmina Ordóñez, nada ocurre que no sea superficial y gracias a ello la satisfacción resbala y se reparte por los hogares. El pase de un argumento a otro opera, ante el espectador, como los hipnóticos pases de moda, donde el tránsito sin consecuencias se prolonga sin concluir jamás. Pasan las cosas una tras otra sin que pase nada profundo mientras la sensación deja a los cuerpos pulidos de inquietud, banalizados a imagen y semejanza de la imagen.
El voto a Le Pen o a cualquier opción que se le parezca podría parecer, a primera vista, una apuesta fuerte. Pero podría ser pronto la consecuencia de un dejar estar y de obrar siguiendo las pulsaciones más cómodas del corazón, del Corazón de invierno, del Corazón de primavera. Cada estación, día tras día, el corazón queda atendido por una feliz sucesión de bobadas que como médulas van reproduciéndose y poblando la memoria de historias y cuentos sin dimensiones. Nunca el hombre o la mujer sin atributos que se temía para los tiempos de bajo entusiasmo ha tenido una colaboración más eficiente que la mediocracia del televisor. La convicción se debilita confortablemente, la inteligencia se alabea y el sentido de la crítica pierde prestigio ante el impagable regalo del sinsentido, la mitología de lo más banal, la degustación de lo que no importa nada de nada como signo superior del bien y el mal.
3 comentarios:
Nunca hasta ahora la gente había presumido de no haberse leído un libro en su vida, de no importare nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una mínima inteligencia. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación, saben leer y escribir, pero no ejercen.
Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Nunca como ahora la gente había presumido de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate.
Cada día son más, el mercado los cuida más y piensa más en ellos. La televisión se hace a su medida, las parrillas compiten entre sí para ofrecer programas pensados para gente que no lee, que no entiende, que pasa de la cultura y solo quiere que la diviertan o que la distraigan, aunque sea con los crímenes más horrendos o con los más sucios chismes.
El mundo entero se está creando a la medida de esta nueva mayoría. Todo es superficial, frívolo, elemental y primario para que ellos puedan entenderlo y digerirlo.
Ellos son la nueva clase dominante, aunque siempre serán la clase dominada, precisamente por su analfabetismo elegido y su incultura.
Y así nos va a los que no nos conformamos con tan poco, a los que aspiramos a un poco más de profundidad.
Loco inmensamente cuerdo, rebelde, empecinado en combatir la mediocridad, la banalidad que emergía ya para quedarse, Jesús Quintero, alertaba con el amor que busca plenitudes y se resiste a darse por vencido. Tan creativo y poco convencional como para bajarse de la colina y ser perro verde y rodearse de ratones coloraos.
“ mundo entero se está creando a la medida de esta mayoría de analfabetos: todo es superficial, frívolo, elemental, primario... para que ellos puedan entenderlo y digerirlo” Y casi todavía no había empezado lo que ya es una gran plaga. Jesús Quintero arrasaba en audiencia con un discurso enriquecedor, estimulante. La pobreza de hoy descompone. Y es esa diferencia la clave de los lodos que hoy nos anegan.
Aquella España existía como con seguridad existe ahora, agazapada quizás para que no le envuelva ese inmenso manto de estupidez. “ más cómodo y más rentable imitar lo mediocre, lo feo, lo vulgar, lo estúpido, lo fácil, lo que está al alcance de cualquier cretino con marketing y caradura. Si crees que exagero, siéntate delante de la tele y paséate con tu mando a distancia por la programación de los distintos canales. Eso es tener visión de futuro porque el gran monstruo apenas estaba apareciendo.
Cuando en una sociedad en la que en los canales de televisión, en todos, la comidilla son las salidas nocturnas de Froilán o las desventuras amorosas de Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa en un momento en el que continúa el drama de la guerra en Ucrania y los refugiados y desplazados en ese y varios países, así como la hambruna y miseria en el orbe, amén de una inflación galopante que impide que millones de españoles económicamente no tengan para llegar a fin de mes, entonces te das cuenta de la sociedad huera en la que vivimos. Dirijamos las miradas y todos nuestros esfuerzos en la dirección de una sociedad y un mundo más justos, y que la humanidad prevalezca sobre lo prosaico y lo banal.
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