La experiencia es un grado. Y eso todo el mundo lo sabe. Por eso la
campaña que ha lanzado la Real Academia Española de la Lengua en colaboración
con la Academia de la Publicidad debería calar muy hondo. Por varias razones:
porque, como bien bien recuerda en el vídeo, la RAE, no es una start-up y
tiene más de 3 siglos de experiencia, y de grados; porque el argumentario de la
campaña, que sostiene la tesis de que el uso del inglés en la publicidad esta
ahogando al español, es sólido como las aspas de un molino de Catilla-La
Mancha; y sobre todo porque el español no tiene nada que envidiarle al inglés.
Eco-friendly,
light o cleaning
power. Son solo algunos de los anglicismos más utilizados en la publicidad
como reclamo para los consumidores. La RAE y la Academia de la Publicidad se
han propuesto luchar contra su uso excesivo mediante un anuncio propio, que
evidencia la profusión del léxico procedente del inglés en los anuncios
publicitarios. Un coche con direct-assist no
se desliza mejor que uno con dirección asistida. Entregar un report en
el trabajo no es más productivo que entregar un informe. O una crema anti-age no
rejuvenece más que una antiedad. Bueno, quizás en este caso tanto uno como otro
no cumplen su enunciado a rajatabla. Una lavadora con detergente new
formula no lavará mejor que uno con nueva fórmula. Pero sobre todo,
unas gafas de sol blind effect, por muy bonito y elegante que suene
el apodo, no sirven para nada. Sí, la permeabilidad de las lenguas siempre ha existido de forma natural en cualquier idioma, pero hace falta darse cuenta de que el español es nuestro patrimonio y nuestra lengua materna. Y “lengua madre no hay más que una”.
PD: Y a una tableta no hay que llamarla table.
PD: Y a una tableta no hay que llamarla table.
1 comentario:
Decía Margaret Thatcher que el inglés se había convertido en el latín del presente. Y no le faltaba razón. Hablar la lengua de Shakespeare es conditio sine qua non para cualquier estudiante universitario. Prueba de ello es la creciente oferta de grados íntegramente en inglés en nuestras universidades para procurar la excelencia, la preparación al mundo laboral y el interés por una cultura como la anglosajona. Sin embargo, la pulcritud de tales palabras se ve ensuciada cuando el aprendizaje de un idioma oculta la sumisión de miles de culturas y provoca la genuflexión de millones de ciudadanos ante una lingua franca. De tal modo que ya no hacemos viajes en carretera, sino road trips. Y tampoco desayunamos tarde, sino que nos iniciamos en el sano y majestuoso brunch. Tal improperio ha perforado las paredes de la educación y ha convertido a unos en alumnos bilingües, y a otros en bárbaros e incultos hablantes de español. Dentro de 20 años, velis nolis, veremos cómo los niños hablan del prime minister —si lo hubiere— en lugar del presidente del Gobierno. Aunque en este caso, lamentablemente, no podemos saber qué nos hace menos daño.
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