Una de las lecciones que se pueden sacar de la historia de Europa es que clasificar a las poblaciones por su etnia, su lengua o su religión siempre lleva a la tragedia.
Por GUILLERMO ALTARES
El País, 17 de agosto de 2025
Uno de los muchos misterios que esconde la prehistoria son las venus, pequeñas esculturas que han aparecido en yacimientos desde los Pirineos hasta Siberia. Se trata de tallas de mujeres desnudas, de apenas unos centímetros, la mayoría de ellas sin rostro. La intriga no está tanto en su significado —nunca podremos saber lo que querían decir con sus dibujos o signos aquellos seres humanos--, sino en la comunicación. ¿Cómo es posible que pueblos separados por miles de kilómetros, en plena Edad de Hielo, compartieran los mismos símbolos hace decenas de miles de años? ¿Qué tipo de transmisión cultural existía? ¿Cómo viajaba la información?
La más famosa de ellas es la de Willendorf, una estatuilla de unos 28.000 años (muy anterior, por ejemplo, a los bisontes de Altamira, que tienen unos 14.000 años), que se expone en el museo de Historia Natural de Viena. A solo una hora y media en tren, en la ciudad checa de Brno se puede contemplar otra figura, la Venus de Dolní Věstonice, una de las esculturas de terracota más antiguas del mundo (unos 29.000 años). el parecido entre las dos es muy sorprendente.
Brno, una plácida ciudad que cada mañana alberga un mercado en su plaza principal desde la Edad Media, es uno de esos lugares por los que pasan muchos ejes de la historia de Europa. A 10 kilómetros se produjo en 1805 la batalla de Austerlitz, una de las grandes victorias de Napoleón; y allí Gregor Mendel se dedicó a investigar las leyes de la herencia con guisantes. Capital de Moravia, Brno es también la ciudad natal de Milan Kundera, y alberga el legado del autor de La insoportable levedad del ser. Y allí construyó en los años veinte Mies van der Rohe la Villa Tugendhat, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La ciudad, como tantos otros lugares del continente, tiene también un pasado terrible: las deportaciones y el terror durante la ocupación nazi; y la invasión soviética de 1968 para reprimir un movimiento democrático en Checoslovaquia. Y fue también el escenario de la Marcha de la Muerte, a la que fueron sometidos los 60.000 alemanes, expulsados en masa después de la Segunda Guerra Mundial. La protección de los alemanes de Checoslovaquia fue el pretexto que utilizó Hitler para anexionarse estos territorios, con permiso de la comunidad internacional tras el vergonzoso Acuerdo de Munich. Cientos o miles de civiles de Brno murieron en su camino a pie hacia Austria: siglos de historia, incluso el dialecto local que mezclaba el alemán y el checo, fueron borrados en unos días.
Una de las lecciones que se pueden sacar de la historia de Brno --y de toda Europa-- es que calificar a las poblaciones por su etnia, su lengua o su religión siempre conduce a la tragedia, siempre es un error. Estigmatizar a los musulmanes, como trata de hacer la ultraderecha con indisimulada xenofobia --y la colaboración de partidos conservadores, como ha hecho el Partido Popular con los ultras de Vox en Murcia-- solo puede llevar al conflicto y a la división.
Desde mucho antes de que existiese algo parecido a una conciencia europea, desde las venus de la Edad de Hielo, Europa ha sido una tierra de intercambios y viajes, un territorio de diversidad en el que se mezclan las culturas, las religiones y las lenguas. Nuestras tan cacareadas costumbres son precisamente esas: aprender a convivir con el otro, respetando las mismas leyes. Lo demás es un error, un peligro y el anuncio de que pueden venir tiempos oscuros.