02 septiembre 2023

... y comieron perdices.


Por Carlos Martín Gaebler

En un reciente artículo, la profesora de Psicología de la Universidad de Sevilla, Mar González, explicaba el concepto moderno, acuñado por Ilan H. Meyer, de lo que se conoce como estrés de la minoría LGTB, una forma de estrés social que nos permite entender la experiencia vital de quienes no pertenecen a un grupo sexual mayoritario, y “sufren una presión singular, relacionada con la estigmatización y los prejuicios de los que históricamente han sido objeto, y que tiene importantes consecuencias para su salud psicológica y física. De acuerdo con este modelo, crecer en una sociedad que no reconoce ni ampara la diversidad sexual o de género somete a las personas LGTB a un estrés constante, que se agrava si el entorno más inmediato muestra hostilidad y rechazo.”

Quienes vemos ficciones de temática LGTB con asiduidad y somos miembros de este colectivo sabemos reconocer este estrés de minoría sexual también en la ficción. Todo buen cinéfilo disfruta de un drama bien construido, de un personaje interpretado con maestría, de eso que se llama una película o una serie redondas. Y, por supuesto, también sabemos reconocer cuando una historia es ñoña, empalagosa o está plagada de clichés. 

Con todo, advertimos igualmente que a veces nuestro nivel de sufrimiento y congoja como espectadores gays es duro de sobrellevar cuando, por ejemplo, presenciamos las inhumanas terapias de “conversión” denunciadas en la cinta norteamericana Boy Erased (soberbia interpretación de Lucas Hedges); la representación dolorosa de la muerte de amigos y compañeros nuestros por el virus de inmunodeficiencia humana, admirablemente homenajeados en la cinta francesa 120 BPM, o en la emocionante serie británica It’s A Sin; el omnipresente acoso escolar, sujeto narrativo de infinidad de películas, como la irlandesa Handsome Devil; la vida sórdida del hombre hermoso obligado a prostituirse, interpretada por jóvenes actores en estado de gracia, como el francés Félix Maritaud en Sauvage, o el australiano Josh Lavery en Lonesome; la discriminación laboral por ser homosexual, asunto de muchas películas, como la excelente Blue Jean; los amores no correspondidos, como detallan la romántica cinta australiana Of An Age, la madurez dialéctica que plantea la británica Weekend, o la obra maestra sobre el amor homoerótico que es y será siempre Brokeback Mountain; los miedos, las dudas y el ocultamiento en historias que aportan gran cine, como la reciente cinta marroquí El caftán azul, la británica My Policeman, el original Boys in the Band, y un sinfín de títulos. La culpa, la homofobia interiorizada, en fin, por ser diferentes y sentirse estigmatizados.

Por ello, no es de extrañar que muchos recibamos con alivio casi existencial y sin sonrojarnos películas como Beautiful Thing, Love, Simon o Red, White and Royal Blue, o series como Looking o Heartstopper, que nos hacen sentirnos bien porque, por un rato, nos permiten ser felices vicariamente, en la piel de otros. Un amigo mío suele decir que incluso al cliché más manido se le puede sacar punta con un poco de inteligencia. Efectivamente, estas ficciones son también necesarias porque aportan, como hacen los cortometrajes del añorado Roberto Pérez Toledo, referentes positivos y modelos de visibilidad y comportamiento funcional a jóvenes, y no tan jóvenes, armarizados, sedientos de espejos en los que mirarse con naturalidad y sin estrés añadido. 

Y repito, esto lo escribe alguien que se emociona con un buen dramón, pero que también estalla en carcajadas cuando presencia una comedia ingeniosa y divertida, por sensiblera que sea. PD: Quiérete mucho, maricón. cmg2023

1 comentario:

Manuel Alejandre dijo...

Completamente de acuerdo con lo que has publicado, también necesitamos desestresarnos, reírnos y llorar con finales felices, eso también es visibilidad. Además...bastantes dramas tenemos en la vida real.