De izquierda a derecha, Elena Santiago Muñoz, coordinadora del encuentro, Amparo Feria Toribio, en representación de CLÁSICAS; Javier Martos Ramos, decano de la Facultad de Filología; Manuel Ángel Vázquez Medel, por HISPÁNICAS; Virgina Cobos Yuste, en representación de ANGLOGERMÁNICAS; y Alicia Llabona Pérez, autora del vídeo conmemorativo, por ROMÁNICAS.
Con el permiso de nuestro compañero Manuel Ángel Vázquez Medel, publico aquí sus entrañables palabras a todos los asistentes, una alocución bien trabada, repleta de referencias históricas y emocionante de principio a fin. Gracias, compañero, por compartirla en la red con quienes queremos volver a leerla, pues nos servirá a muchos y a muchas para rememorar siete intensas horas que fueron un chute de felicidad, una celebración de la vida. Carpe Diem.
Querido Decano, queridos profesores (Pedro Carbonero, Rafael Portillo, Paco Garrudo, y también los que no han podido acompañarnos hoy, Emilia Alonso, Jean Paul Goujon, Rogelio Reyes, Miguel Rodríguez Pantoja), queridas compañeras, queridos compañeros: Ante todo, he de agradecer este honor de poder tomar la palabra en nombre de mi promoción de Filología Hispánica (con el recuerdo entrañable de las otras especialidades -clásicas, románicas, anglogermánicas- con las que compartimos asignaturas en los años comunes). Algunos de nuestros compañeros ya no están con nosotros; tampoco memorables profesores. A todos ellos queremos dedicar nuestro primer recuerdo. En mi caso, especialmente a Alfonso López Castilleja, que se nos fue en 2007, y generosamente me ayudó para que pudiera incorporarme al curso 1975/76. Quiero también tener aquí el más cariñoso recuerdo con quienes, por una u otra razón, no nos han podido acompañar el día de hoy, especialmente por causas de salud, sean familiares, como en el caso de Manuel Ramírez Cepeda o personales, como Marian Pantoja, intervenida el pasado martes y, afortunadamente con una muy buena evolución. Os traslado, en nombre de ellos, un cordial abrazo. Ambos son todo un ejemplo de dedicación y esfuerzo, de vocación universitaria. Manuel, de amor a su ciudad, La Palma del Condado. Marian, desde su formación en Filología Hispánica ha sido todo un referente en el mundo de la educación en francés, siendo reconocida como “Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres” por el Ministerio de Cultura de Francia. Junto a ellos quiero ofrecer mi reconocimiento a vuestras importantes trayectorias como profesores de instituto o universidad, magníficos docentes e investigadores, escritores, creadores y gestores culturales, humanistas comprometidos con la construcción de un mundo mejor gracias a la educación y la cultura. Es para mí un orgullo haber sido y ser compañero vuestro. * * * Por estos días de mayo, en 1976, hace 46 años, unos jóvenes llenos de entusiasmo nos preparábamos para la realización de nuestros primeros exámenes finales de filología en el viejo caserón de Gonzalo Bilbao. Fue aquel momento en el que me pude unir a vosotros, en los exámenes como alumno libre: con Fernando Rodríguez Izquierdo en Lengua Española I, José Mª Capote en Literatura Contemporánea (teníamos aquel curioso orden invertido de la literatura que luego volvería a la secuencia cronológica), Vicente García de Diego en latín, Enrique Ramos Jurado en griego (en mi caso; creo que Clara Thomas dio clases a los de árabe) y Jean Paul Goujon en francés. Habíamos iniciado, en el otoño de 1975 [por cierto, primer Año Internacional de la Mujer e inicio del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer (1975-1985), signo de los nuevos tiempos que estábamos viviendo (Carmen Conde fue la primera mujer en entrar en la Academia en 1979)], un recorrido que nos llevaría, en 1980, a ser una de las primeras promociones de Filología, ya separada (para bien y para mal) del viejo tronco de Filosofía y Letras. Habían ocurrido muchas e importantes cosas desde el comienzo del curso. Muy especialmente, el inicio de un proceso de transición democrática y de derechos y libertades, que marcaría a nuestra promoción: la primera de estudiantes universitarios que podía ejercer el derecho al voto, sea en las primeras elecciones constituyentes del 77 (al menos, los de mayor edad, porque entonces se votaba a partir de los 21 años), sea en el referéndum de la Constitución en 1978 o en las primeras elecciones municipales y luego constitucionales de 1979. Nosotros no sabíamos hasta qué punto éramos no solo testigos, sino sujetos activos de años decisivos para la Humanidad, en los que -por ejemplo- conocimos tres papas el mismo año 1978, tras la muerte de Pablo VI y Juan Pablo I. O, sin que entonces tuviéramos conciencia de ello y de lo que luego significaría, se creara Microsoft en 1975 y Apple en 1976, mientras nosotros escribíamos a mano o máquina con copias de papel carbón (especialmente nuestra compañera Chari Pérez Campanario, en su ejemplar generosidad y servicialidad), o hacíamos costosas fotocopias en papel fotográfico que acababa borrándose. Entonces lo normal era sacar los libros o consultarlos en la biblioteca con los folios al lado para anotar todo lo que necesitábamos. Estábamos pasando de un mundo en blanco y negro a un mundo en color, como también ocurriría con la TVE, que culmina ese proceso en 1978. Durante nuestros años de estudios de Filología, en los que Vidal Lamíquiz fue el Decano y Justina estuvo al frente de la Secretaría (recordamos con afecto al PAS), tuvimos de Director de la Real Academia Española a Dámaso Alonso, a quien pudimos ver en alguna conferencia, aunque se prodigaba más por nuestra Facultad quien habría de ser Director años después, Fernando Lázaro Carreter. Un año central en nuestros estudios, pero también en nuestra historia literaria fue 1977, cincuentenario de la Generación del 27, en cuyos actos del Ateneo participamos varios compañeros de curso, en el Homenaje de la Juventud Creadora al 27, impulsados por nuestro profesor de Literatura Hispanoamericana Juan Collantes de Terán, del que aún recuerdo su pasión por César Vallejo. Pudimos también asistir a conferencias que se me han quedado grabadas, como las de Ernesto Sábato o Juan Goytisolo. 1977 fue también el año del Premio Nobel de Literatura para Vicente Aleixandre, al que llegué a conocer en una visita a su casa en Velintonia y con el que hablé en varias ocasiones por teléfono cuando preparaba en 1978, ya como Coordinador de la Enciclopedia de Andalucía, el artículo que se le dedicó. También en 1977 muchos de nosotros nos echamos a la calle un 4 de diciembre para exigir un estatuto de autonomía para Andalucía por la misma vía del 151 de Cataluña, País Vasco y Galicia, con la consigna “Libertad, amnistía y estatuto de autonomía". Fuimos una promoción con un especial compañerismo, cordialidad y respeto a las diferencias que nos enriquecen que seguimos, afortunadamente, constatando en los casi tres años de amistad recuperada desde los preparativos de 2019. Fuimos, también, de las primeras promociones con una muy diversa extracción no solo geográfica (de Huelva, Córdoba y Cádiz, de Sevilla y Extremadura), sino económica y social, gracias a ese principio irrenunciable de la igualdad de oportunidades. Para algunos resultó más duro seguir los estudios, teniendo que trabajar al mismo tiempo, o incluso teniendo ya una familia bajo nuestra responsabilidad. Pero lo conseguimos. Quiero ofrecer mi personal homenaje a las varias compañeras y compañeros que fueron madres o padres antes de finalizar los estudios, como también fue mi caso (mi hija Leticia nació en el verano de 1979). Por ello yo nos os pude acompañar a esas hermosas experiencias de viajes de paso del Ecuador a Canarias, o fin de Curso a Madeira (“a Funchal, pero también a conocer la isla”), de los que me habéis trasladado recuerdos tan hermosos (y tan atrevidos, Tete Mari), de los que con seguridad hablaremos en la cena. Nuestros compañeros de románicas y anglogermánicas fueron más cosmopolitas y viajaron a Italia y luego, ya solos los de románicas, a Sofía, Estambul y Viena, como me ha recordado Ángeles Manzano. De algunas entrañables experiencias de pareja nos llega el testimonio hasta ahora, nueve lustros después. Permítanme que lo singularice en nuestros compañeros María Dolores Ojeda y Juan Montero, ya felices abuelos de dos preciosas criaturas (yo también me siento muy feliz, como muchos de vosotros, con mis nietas y nietos). Otras compañeras y otros compañeros han llevado con integridad y dignidad procesos de pérdida o de separación de sus parejas, que también forman parte de la vida. La memoria es esencial, porque es el fundamento de nuestras identidades personales y colectivas. Aquí y ahora desde nuestra pequeña intrahistoria recordamos: revivimos en nuestro corazón experiencias que cambiaron nuestras vidas. Los de Hispánicas recordamos, además de los ya mencionados, las clases de los profesores del Departamento de Lengua, Lingüística y Teoría de la Literatura (Pedro Carbonero y Miguel Ropero; José Antonio Pascual; Manolo Álvarez y Pepa Mendoza; Fernando Millán Chivite, Teresa Palet, Ángel Yanguas, Esteban Torre o Antonio Aranda…) las de Literatura (Begoña López Bueno, Rafael de Cózar, Pedro Piñero, Mercedes de los Reyes, Rogelio Reyes Cano o Jorge Urrutia); las de francés con Emilia Alonso, las de latín con Miguel Rodríguez Pantoja y Bartolomé Segura o las de griego de Antonio Sancho Royo, con Alberto Díaz Tejera como referente. Y no olvido la riqueza que nos regaló el estudio de la Historia Contemporánea con Manuel Vilaplana Montes o la filosofía del lenguaje con Mariano Peñalver y Diego Romero de Solís. Algunos de ellos, pasado el tiempo, han sido también compañeros en mi vida universitaria. Fuimos la promoción que más profesores dejó en la Universidad (especialmente, en esta Facultad de Filología): Rocío Carande y Leonor Molero en Clásicas; María Muñoz y Manuel Bruña en Francés; Juan Antonio Prieto Pablos y Manuel Gómez Lara en Inglés; Carlos Martín Gaebler en el Instituto de Idiomas; Juan Montero y yo en Literatura Española… O Mª Dolores Pérez Rolán, que pasaría como Titular de Filología Inglesa de nuestra Universidad a la de Huelva. En aquellos años de encrucijada se forjó lo mejor de nuestras vidas. Pero no somos nostálgicos y pensamos que lo mejor está aún por llegar. Por ello nos sentimos profundamente agradecidos, y proclamamos con Juan Ramón Jiménez, sabiendo que la belleza es culminación del camino que conduce a la verdad y a la bondad: “Gracias, te las doy siempre. ¿A quién las doy? A la belleza inmensa se las doy” (Juan Ramón Jiménez: “Como tú, mi amor, miras”, de Animal de fondo) Muchas gracias. Manuel Ángel Vázquez Medel |
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