No escribo esta columna para glosar la calidad de vida en
España, nuestra alegría vital, nuestro altruismo donante para salvar vidas, nuestra
bendita propensión a besarnos y tocarnos; tampoco para reivindicar la riqueza
multinacional y plurilingüe del Reino, o para constatar la satisfacción que
sentimos cuando, tras una larga estancia en un destino lejano, aterrizamos en
Barajas y volvemos a nuestra zona de confort. Hoy, quiero reflexionar,
desde el civismo ilustrado, sobre la podredumbre social y ética de nuestro
país, y desentrañar los modos y pensamientos del español rancio, del español/español.
Somos un país que no ha sido capaz de mirarse en el espejo
de su pasado. Los españoles padecemos una amnesia histórica colectiva. Hay una
España a la que las películas sobre la guerra civil le parecen todas
tendenciosas, una España que nunca ha condenado el golpe de estado de 1936 (y
otra España inmadura que no condena la dictadura venezolana), una España nacionalista
que hace alarde de su idea patrimonialista de la patria de todos. Ante este
escenario se hace necesaria una nueva transición, una que transite hacia
una regeneración de nuestra democracia. Necesitamos reiniciar España.
Señala Manuel Rivas que los españoles tenemos la sensación
de vivir empantanados en esa posdictadura que es la corrupción sistémica.
Vivimos en un país de corruptos y chorizas impunes que siempre se salen con la
suya. Un país que convierte la actividad futbolístico-comercial en Marca España. Luis
García Montero suele afirmar que vivimos en un país de chiste, pero sin ninguna
gracia.
Nuestra ancestral chulería/picardía va desde el aparco y
fumo donde me da la gana hasta preguntar a un cliente si quiere pagar la
factura “con IVA o sin IVA” para seguir engordando la economía sumergida. El
españolazo gusta de decir coño y cojones (cuando no maricón)
cada dos por tres. Durante demasiado tiempo, en lugar de educar en el respeto
entre iguales, hemos insistido en educar solo en la tolerancia (se tolera desde
una posición de superioridad moral). Y así nos ha ido. Por otro lado, siempre
me ha llamado la atención que el castellano no tenga un término propio para el
adjetivo inglés “law-abiding” (que cumple las leyes), aunque sí hay
innumerables sinónimos de pícaro.
La telebasura que consumen a diario muchos conciudadanos es
también responsable de la conformación de esta sociedad maleducada. Ante el
tsunami audiovisual, leer hoy en día en España se ha convertido en una heroicidad
de minorías. Parece que vivamos en un país compuesto por una clase televidente
y otra leyente, a modo de una nueva versión de las dos Españas. A partir de ahora, nuestros adolescentes podrán obtener el título
de la ESO con dos asignaturas suspendidas. El listón cultural cada vez más
bajo. ¿Les suena de algo?
Este año se cumplen 40 años desde la restauración de la
democracia y seguimos sin entendernos. España es un país ingobernable porque es
autodestructivo. Un ejemplo de nuestra proverbial aversión al consenso es la
incapacidad para reformar la tauromaquia de modo que no sea necesario matar a
un toro ante una multitud que ha pasado antes por caja. Se requiere imaginación
para dar con la fórmula de torear sin torturar. No creo que ser español sea
aplaudir por ver asesinar a un animal después de haber pagado por ello.
Por otra parte, el español/español es poco autocrítico. Un
ejemplo: hace unos años, en Irlanda —un país mayoritariamente católico como
España—
se constituyó una comisión nacional para sacar a la luz los 30.000 casos documentados
de abusos a menores. Si en una población de 12 millones se habían llegado a
contabilizar tal número de casos, ¿cuántos abusos sexuales habrá habido en España, un
país que casi cuadruplica la población de Irlanda? ¿Ha creado el Estado español
una comisión para desenmascarar y condenar a los culpables (aunque muchos de
esos crímenes hayan prescrito) y reparar el daño a las víctimas? No. Somos
cutres de verdad porque no sabemos limpiar las heridas infectadas de pus de nuestro pasado. Pobre España.
Recientemente el Instituto Elcano ha atribuido la ausencia
actual de un partido fascista en España (eufemísticamente lo llaman populismo
de derecha) al estilo de los surgidos en varios países occidentales a la
debilidad de nuestra identidad nacional, factor este que, a mi entender, nos
lastra para vertebrar nuestro país. Mariano Barroso, vicepresidente de la
Academia de Cine, sostiene que la ausencia clamorosa de un concepto de “lo
colectivo” y del “bien común” nos limita y nos impide crecer como colectividad.
Además, el proceso
secesionista catalán está impidiendo el ineludible proceso reformista español.
Los árboles de un territorio no nos están dejando ver el bosque del resto del
Estado. A propósito, ¿no se le ha ocurrido a nadie preguntarse si este
dolorosísimo desgarramiento territorial que estamos sufriendo se habría producido
de ser España un país cívico, sensato y vertebrado? ¿Es acaso la negativa a
contribuir económicamente a la solidaridad interterritorial la única razón que
mueve a los secesionistas? Nos convendría formularnos estas preguntas y respondérnoslas.
Si alguien acusa a este heterodoxo de antipatriota por escribir esta amarga
columna, entonces no se ha enterado de nada. Escribir es una forma de hacer
país. Otra España es posible. cmg2017
43 comentarios:
Muy bueno el artículo. Pura bravura patriota.
Muy de acuerdo, Carlos, qué putrefacción, qué pena de España. Me voy a nacionalizar portugués.
Derrotista lo veo yo, Carlos, y el tema da para mucho. Menos mal que lo salvas al final con ese halo de esperanza...
La verdad, mi querido amigo Carlos, estamos en las mismas. Vivo cada día más en mi burbuja de literatos y progresistas, mientras la gran mayoría de mis compatriotas pasan el día comentando el tanteo del último partido o las manías de los protagonistas de reality TV (entre ellos el Donald). Farenheit 451 nunca ha tenido mayor relevancia...
Tu artículo del 15J - bueno, va, un poquito enfadado sí que se te nota. Enfadado, desilusionado, harto... Pero eso mismo, las mismas cosas que tú dices, ya las llevamos estudiando tú y yo dichas por españoles enfadados, desilusionados y hartos desde el siglo XVIII. Y tienes más razón que un santo, ¿eh? Eso no te lo discuto. Como tenían toda la razón Cadalso, Machado, Cernuda y tantísima gente. ¿Te acuerdas del poema "Ser de Sansueña"? A mí me sigue sobrecogiendo:
[...]
La nobleza plebeya, el populacho noble,
La pueblan; dando terratenientes y toreros,
Curas y caballistas, vagos y visionarios,
Guapos y guerrilleros. Tú compatriota,
Bien que ello te repugne, de su fauna.
[...]
[...] Hoy la vida morimos
En ajeno rincón. Y mientras tanto
Los gusanos, de ella y su ruina irreparable,
crecen, prosperan.
Vivir para ver esto.
Vivir para ver esto.
En fin: Sansueña es todo eso, sí, pero también todo lo contrario. Y en ello seguimos, en las mismas cosas... Pero no está mal que se siga actualizando el mensaje, y repitiendo de vez en cuando las cosas que se deben repetir. Bien por tu columna.
Acabo de leer el artículo que has escrito. Aquí pan y circo por no sé cuántos años más. No has dejado títere con cabeza. Tan mordaz … me encanta.
Los españoles están convencidos de que en España no hay mafia, que es problema de los rusos, italianos.. cuando el tejido económico español está totalmente infectado. La crisis económica se generó por esto. La burbuja inmobiliaria ha sido causada por el blanqueo de capitales. Esto se debe al hecho de que no existe en España el delito de asociación mafiosa y por ello creo que España es una zona franca. La policía española hace un trabajo mayor que los jueces en su lucha contra este tipo de delincuencia porque ésta está mucho más anclada al pasado: cuando la magistratura española empiece a investigar casos de blanqueo, España se despertará con una historia completamente diferente a lo que ha visto hasta ahora.
Miro a mi alrededor y lo que está pasando muy divertido no es, aunque ha habido ocasiones en que era infinitamente peor lo que ocurría. Pero yo pensaba que con el paso del tiempo algunas cosas se habrían superado. Lo digo como hombre de izquierdas. Esperaba que la izquierda estaría en otros niveles. Para mí, lo que diferencia primariamente a un votante de izquierdas de uno de derechas es el sentido crítico. La corriente de la historia siempre fluye a favor de la derecha, porque más que votantes tienen feligreses. Los logros desde la izquierda se han obtenido tras mucha lucha y honradez, y si el depósito de honradez se vacía la ruina es estrepitosa. Digo lo que me parece. Y lo que me parece es que si dos millones de catalanes piden la independencia, habrá que escucharles. Pero, ¿quiénes les lideran? Ah, un poco raro. Y cuando empiezan a insultar a Marsé, a Serrat y a Mendoza, me pregunto: ¿qué república es esa? Un respeto además a la palabra república: llamadla chapuza. ¿Qué hace la izquierda ahí? No estoy con Colau porque no se puede ser equidistante. Claro, que en contrapartida ves a tres ministros cantando "Soy el novio de la muerte". ¿Adónde vamos? La izquierda tiene que hacerse responsable de eso. ¿Qué pasa con el resto de catalanes?
Si hay un adjetivo que defina la ambición de una persona tan bien situada [como Cristina Cifuentes] por adquirir un nuevo titulillo es cutre. Es muy cutre. Es la codicia del que tiene mucho y aún quiere más, del que no reúne sensibilidad social alguna para advertir que si desde la engañifa del plan Bolonia muchos jóvenes pagan esperanzados por añadir otro crédito a su expediente es porque creen que así encontraran ese trabajo que nunca les llega. Aquel fue el truco perfecto que encontró el sistema para mantenerlos entretenidos y contenida su desesperación y la de sus padres, que a menudo financian esta privatización solapada de parte de la enseñanza universitaria. ¿Para qué una pandilla de políticos hiperprofesionalizados, megatitulados, supermasterizados si a la hora de la verdad no saben asumir un error y recuperar la dignidad valiéndose del noble acto de la dimisión?
Hay que decirlo claro: el castellano, el catalán, el gallego, el vasco, el bable, etcétera, también son mis lenguas. Los hablantes, bilingües o monolingües, no formamos bandos irreconciliables. Estoy convencido, como Eduardo Madina, de que es el momento de afrontar de manera decidida las reformas que garanticen la convivencia en los próximos 30 años. Y una de ellas es el reconocimiento real, no solo nominal, del plurilingüismo. Ya es tiempo de que se reconozcan, se respeten, se protejan y difundan —no solo en las comunidades autónomas, sino en todo el Estado— todas las “lenguas españolas”, como las denomina nuestra Constitución.
En este país, poner urnas es violencia, manifestarse es violencia, tuitear es violencia, rapear es violencia, silbar al Rey es violencia, PERO que te violen cinco asquerosos NO ES VIOLENCIA. Esto es España.
Una universidad regalando másteres, otra concediendo premios de cultura a matadores de toros. ¿Cómo no vamos a estar preocupados por el prestigio de la Universidad pública?
Ahí está la España feudal todavía, y fuerte. La que Machado llamaba la España de charanga y pandereta.
La corrupción estalla en sociedades que a nivel colectivo no están maduras.
España es un país en el que a menudo parece imposible hacer justicia.
Los que se llenan la boca defendiendo la unidad de España parecen no entender (o sí, y les da igual) que su beligerancia contra la pluralidad y el sentimiento nacionalista periférico en cualquiera de sus manifestaciones (hasta las no rupturistas) hace que el hilo siempre frágil que une el centro con las periferias se erosione más. Perpetúan los estereotipos que en muchos lugares de España se tiene del nacionalismo español y de Madrid como centro neurálgico del conservadurismo y del fascismo. Por otra parte, muchas personas que no tienen identidades en conflicto con la española no comparten el ideario retrógrado, monológico, excluyente, insolidario, machista, oportunista, violento, xenófobo de los “salvadores” de España. España está dividida, pero atribuir esta división exclusivamente a los deseos independentistas es falsear la realidad. Está divida porque buena parte de su población (dentro y fuera de Madrid) no se siente representada en un proyecto que sigue defendiendo la sacrosanta unidad a través de la fuerza (recordemos que uno de esos tres partidos quiere “reformar” la Constitución). Por eso los manifestantes gritan en Colón “Viva la Policía Nacional” o “Viva la Guardia Civil”, porque cuentan con ellos para cumplir su función represora (a pesar de que su función es protegernos a todos). Su proyecto de unidad no es sólo territorial, es totalizante y regresivo: la cultura nacional: los toros; el idioma: el español; la mujer: a parir y garantizar el futuro de las pensiones, sus úteros al servicio del capital; los gais: de vuelta al armario, que el matrimonio es para varón y mujer (Rivera, no nos creemos tus banderitas multicolor); la justicia social: ¿y eso qué es?
Cuando tienes canas en la barba uno se da cuenta de que la mirada sobre España no es agradable siempre. ¿Por qué? Por los propios españoles. No han tenido la culpa las invasiones, ni las hambrunas. Ha sido nuestra manera de hacerlo. El resultado no ofrece una experiencia feliz, sino una sucesión de ocasiones perdidas. Cuando estamos a punto de tocar el cielo, perdemos el tren. Y seguirá ocurriendo porque padecemos un problema de educación y de memoria. Por eso hoy, cualquier joven queda a expensas de la manipulación de cualquier populismo. Les falta saber quiénes son, de dónde vienen, quiénes fueron y qué hicieron sus padres y sus abuelos. Por eso no puedo evitar que me invada cierta melancolía. La izquierda le ha cedido a la derecha la Historia y lo ha hecho gratis. La derecha se ha envuelto en esa bandera y esa cesión y la apropiación se han convertido en un asunto delicado. Sin educación, los jóvenes no van a saber hacer frente a los lobos, sean rojos o negros. No todo ocurrió con Franco. Aquello fue una recaída, venía de atrás. Al caer la memoria, cae el futuro.
Lo cierto es que este es un país en demolición. Y quizás merezca serlo, cuidado. Pero hay que saber por qué nos lo estamos cargando. Ningún país de Europa tiene un impulso suicida parecido al nuestro. Esta demolición es culpa nuestra. Se debe a nuestra vileza, a nuestra comodidad, a la apatía. Debemos tener claras algunas cosas: destruir la lengua es perder América, destruir la memoria, es perder España. Sin Historia, sin memoria, estamos perdidos. Si seguimos así, acabaremos mal. Todo va pasando por la máquina de picar: la monarquía, la lengua, la historia. Picadillo. Necesitamos un marco en que conversar, dialogar, analizar para luego, si queremos, cambiar. Pero lo nuestro es la eliminación sistemática del enemigo.
Echo en falta cultura y generosidad. No buscar la aniquilación del otro, el exterminio o la anulación, sino la solidaridad. La historia no nos sirve para construir un mejor futuro. Pero si asumes lo que eres, si te sientes cómodo en tu camisa puedes empezar a hacer cosas. No somos inferiores a nadie, somos incluso mejores en muchas cosas. Pero también debemos ser conscientes de que podemos convertirnos en seres muy peligrosos. Debemos buscar las condiciones para no serlo. Conocer las causas para intentar no caer. Eso requiere un esfuerzo nacional. He visto lugares aparentemente civilizados irse en poco tiempo al diablo. Todo es posible.
El conflicto de Cataluña es resultado de una fatal coincidencia de la pereza institucional para abordar sus causas de fondo, su instrumentalización interesada, el incremento de agravios y las exigencias imposibles hacia la otra parte. Muchos de los que lamentan haber llegado hasta aquí no fueron capaces de detener la escalada de ese peculiar juego del gallina y no parecieron entender que el otro no tenía más remedio que hacer lo que amenazaba con hacer. Haciendo la cronología de los hechos, podríamos identificar diversos momentos en los que los acuerdos eran menos difíciles que ahora y nos habríamos ahorrado muchos de los daños posteriores.
Ser chulo debería dejar de ser en España, de una vez por todas, una cualidad.
El nacionalsimo es un pijo delante de una bandera diciendo chorradas.
En una época en que estamos conectados a todo 24 horas al día y que recibimos miles de mensajes, leer un libro es un acto revolucionario: aislarse de todo y destinar tiempo para uno mismo sólo puede verse así.
Yo echo en falta una asignatura que se hubiera llamado, por ejemplo, Lenguas y Culturas del Estado en la educación pública. La Transición se hizo como se pudo, pero habría sido mejor, no digo estudiarlas, sino explicar las lenguas del Estado para lograr que la gente tenga un acercamiento afectivo a ellas. Para mí [Joan Salvat] Papasseit o [Joan] Margarit son poetas tan españoles como Cernuda y García Lorca. Pienso que en un lado y otro ha habido gente intentando entender la identidad como un lugar único, cuando yo creo que la identidad en este país forzosamente ha de ser plural. Siento que este país será mejor cuando aprendamos a estar juntos en la diferencia, desde la empatía y la solidaridad. Pero creo que los territorios no tienen derechos. Los derechos los tienen los seres humanos. Y me parece que la lucha identitaria está desplazando a la lucha de clases.
A pie de calle, resulta fácil identificar la grandeza de España. Diré algunos de los que se la merecen, pero no se les concede. Los obreros que se levantan a las cinco de la mañana para venir a trabajar al centro de la ciudad, y vuelven a casa con tiempo justo para cenar poco y dormir. Los maestros, que dedican su tiempo y buen ánimo a enseñar en escuelas de pueblos diseminados por la España cada vez más olvidada. Los voluntarios de las asociaciones de caridad, que día tras día dan de comer y cenar a los necesitados. Las personas ancianas, algunas cuidadoras de nietos, que sobrellevan con dignidad sus dolores y soledad. Ellos y otros muchos son los verdaderos “grandes de España”. Si desaparecieran, el país se quedaría parado. Son verdaderamente “grandes”, aunque muchos no lo sepan.
Recientemente, en Cantabria, un hombre insultó a Pedro Sánchez por la calle. Al ser reconvenido por ello, sacó a relucir su “patriotismo”. Pero ¿qué es la patria? Samuel Johnson definió el patriotismo como “el último refugio de los canallas”. Sin llegar a tanto, yo diría que nuestra patria son los españoles que se levantan día a día para trabajar, muchos de ellos, por un salario insuficiente; son los que pagan sus impuestos y respetan las leyes; son los que no necesitan airear, a cada paso, su patriotismo. Porque “patriotas” que se proclaman a sí mismos como tales los hay a mansalva, inmersos en investigaciones, imputaciones, procesados, condenados y hasta encarcelados. Y todos, o casi todos, lo hacían todo por la patria y llevaban sus camisetas, gorras y pulseras con los colores de nuestra bandera. Nuestra, de todos, no suya solo.
Si la política ha fallado en España es que fallamos los españoles.
El gran fracaso de la democracia española es la falta de educación.
Lo peor no es que haya corruptos, lo peor es que buena parte de la sociedad asume que si pudiese haría lo mismo que ellos. La ideología dominante es el individualismo miope, autodestructivo. La sociedad española está sumida en una enorme crisis anímica y moral comparable a la que se dio tras 1898. Ahora, como entonces, los intelectuales íntegros deberían hacer un llamamiento a luna regeneración global. El individualismo a ultranza debe ser matizado.
Sé que este país ha mejorado mucho en civilidad en los últimos años. Pero aún nos falta una enormidad para aprender a cuidar de verdad el bien común, para ser socialmente respetuosos. Para dejar de ser tan guarros, maldita sea. Hay gente que te pone muy difícil lo de seguir queriéndola.
España, en lo esencial, es un país que no se ha reconciliado consigo mismo.
Como corresponsal extranjero, rara vez he conocido en Madrid a alguien que se oponga a la independencia catalana con intransigencia y que, en realidad, haya visto la manifestación de la Diada. Es más, algunos incluso insinúan que es una vergüenza informar sobre una marcha que constituye un acto de deslealtad hacia España. Pero las congregaciones de la Diada también han estado entre las mayores protestas en Europa durante la pasada década. Y, sin intentar al menos comprender el sentir que manifiestan los cientos de miles de catalanes cada 11 de septiembre, es probable que ningún intento de reconciliación entre los pueblos de España llegue a buen puerto.
Señala el paleoantropólogo Juan Luis Arzuaga que en España se considera que equivocarse es hacer el ridículo, que los españoles tenemos un enorme miedo a ser propositivos, a reconocer y enmendar un error, y que este comportamiento viene del siglo de oro y la obsesión por la honra. ¿Recuerdan aquello de sostenella y no enmendalla? Esta expresión define la actitud de quien persiste empecinadamente en errores garrafales, incluso a sabiendas, por orgullo o por mantener las apariencias, aunque el mantener el error cause un daño peor que no mantenerlo.
España es una país de bares, no de científicos.
La política española tiene enormes dificultades para experimentar pequeños giros que permitan ir adaptándose a las circunstancias y atender progresivamente las nuevas necesidades de los ciudadanos. Desde hace años, los giros son brutales o no son. La "absolutización" de los relativo es algo muy peligroso porque es la esencia de los totalitarismos, como muy bien definió en su día Benedicto XVI. Mala cosa porque la "absolutización" precisa, finalmente, de violencia.
Los españoles tardamos en alcanzar acuerdos, consenso. Andamos a hostias. Quizás haya faltado una revolución para que tengamos conciencia ciudadana y de que nos pertenecen según qué cosas innegociables: la libertad, la igualdad, la cultura. Nos esforzamos mucho en perder trenes.
En su celebrada conferencia El problema español, pronunciada el 4 de febrero de 1911, don Manuel Azaña señala ya las líneas básicas de su pensamiento reformista: "Pertenezco a una generación que está llegando ahora a la vida pública, que ha visto los males de la patria y ha sentido al verlos tanta vergüenza como indignación, porque las desdichas de España, más que para lamentarlas o execrarlas, son para que nos avergoncemos de ellas como una degradación que no admite disculpa." Azaña se identifica, pues, en palabras del profesor Manuel Suárez Cortina, con "una generación ajena a una trayectoria nacional donde la derrota, la venalidad, la corrupción y la inmortalidad demandaban una respuesta patriótica desde la afirmación de la cultura, la justicia y la libertad como motores de la verdadera regeneración nacional."
El diccionario de la RAE define chapuza como “un trabajo hecho sin técnica ni cuidado, o con un acabado deficiente,” un concepto muy instalado en la sociedad española. Tenemos que erradicar la chapuza y la informalidad. En España las prisas son causa de chapuzas, no somos exigentes pues no miramos bien los acabados. Carecemos del principio vital de que lo que hagas lo tienes que hacer bien. Esta responsabilidad individual es fundamental.
En España la informalidad es un vicio nacional; es insoportable la informalidad que hay en los plazos porque representa una falta de respeto al otro. Las chapuzas en España las asociamos a las obras constructivas, pero se trata más bien de un nivel de imperfección que estamos dispuestos a aceptar en cualquier profesión, y si algo funciona y está un poco mal hecho, pues con eso tiramos, así vale. No buscamos el rigor en hacer las cosas por una falta de ética, que es algo más católico que protestante, como la corrupción, por cierto. Uno debería hacer las cosas por sí mismo, y fijarse como norma ética, o de conducta de vida, el hacer las cosas bien, anhelar la satisfacción de las cosas bien hechas, y no el famoso “eso luego no se ve.” A los españoles nos falta el orgullo, el amor propio de hacer las cosas bien como rigor de la vida.
Estos comportamientos chapuceros están muy anclados en España y no estoy seguro de que queramos mejorar. Giulio Andreotti solía decir que España manca finezza.
Mi teoría es que España es una mezcla de inquisición y telenovela.
En España hay un sentimiento de patria de cartón piedra. Hay una bandera que no representa porque se ha utilizado para una serie de cosas que no abanderan la libertad. Yo veo otros países como Argentina o Italia que están orgullosos de su bandera, pero la nuestra da sarpullidos. En torno a esto, el sentido de patria resta libertades porque no hay empatía ni cohesión, sino que hay una indivisión compartida. Es muy difícil en España defender el sentido de patria porque hablando de ella se han cometido muchas aberraciones. Cada uno se quiere separar del otro y pisotear su libertad. Y eso se extiende a todos los niveles: ves que el éxito aquí es sospechoso y parece que cuando lo tienes, tienes que justificarte, y luego viene alguien de fuera y parece que tiene todo el crédito, y tenemos un poco el complejo de ‘Bienvenido Mr. Marshall’. Hay un sentimiento de patria con demasiado maquillaje.
Los españoles no debemos olvidarnos de los peligros de exacerbar la nación. Resulta tentador pensar que el riesgo de los feroces nacionalismos del pasado quedó atrás, pero conviene que en el siglo XXI no nos desentendiésemos de lo que nos enseñó el mundo de ayer al venirse abajo. La nación exaltada se filtra en forma de estatua, como la que inauguró en Madrid su alcalde en honor a la Legión.
Muchos tenemos una relación de amor-odio con España, porque tenemos la sensación de que nunca nos vamos a quitar la caspa de la cabeza. Pero yo tengo claro que no viviría en otro sitio que no fuera la Península Ibérica; Portugal también me vale. Pero nos falta mucha autoestima colectiva en España en general. Porque parece que querer a España tiene que ser ponerte la pulserita, querer tapar todo lo malo y no reconocer errores. Yo mantengo que querer a España, querer a un lugar, sea cual sea, es reconocer sus errores e intentar cambiarlos, pero parece que si destacas los errores de un sitio como que eres un antiespañol. Pues no, cuanto más quieres un sitio más quieres mejorarlo.
Juan Marsé dio en el clavo cuando decía que España es un país de cabestros. Pero también tenemos muchas virtudes. España es un país maravilloso en muchas otras cosas. Tenemos dos polos que se contradicen y luchan eternamente. En las escuelas nos han enseñado muy mal toda la Historia de España. ¿Quién coge el poder a la muerte de Isabel La Católica y Fernando el Católico? El cardenal Cisneros que va a ser el regente. Y el cardenal Cisneros es un talibán del catolicismo. Lo primero que hace en la toma de Granada es quemar la mejor biblioteca del mundo en la plaza pública. La mejor biblioteca del mundo era la de Granada con incunables de Aristóteles, todo lo judío, todo lo árabe… La quema y luego monta la Universidad de Alcalá de Henares que es teológica. El cardenal Cisneros es un cabestro. Fíjate si pudiéramos tener hoy en día la biblioteca de Granada. España quemó todos los tesoros.
Como explicó en su día la escritora Almudena Grandes, "España es la única democracia de Europa que no se funda sobre su propia tradición democrática y que no reivindica su propia tradición antifascista. No empieza su andadura con una ruptura con la dictadura. En un acto de soberbia autocomplaciente e insólita, se funda a sí misma en el aire."
“España no es España prácticamente hasta el siglo XX”, apunta el historiador Pérez Portillo. La de hoy, en la que la soberanía reside en el pueblo, tuvo que ir independizándose de sus distintas identidades para poder jugar en el tablero de la modernidad. Le tocó dejar de ser una monarquía del Antiguo Régimen, un imperio y una nación católica, y todavía hay quienes se enredan en polémicas con un país que ya no existe, pues nada queda ahora de esas viejas Españas. Es cierto que Franco procuró imponer “una idea monoidentitaria de España”, pero fue un fracaso. Durante su dictadura, le tocó a la España peregrina, la del exilio, mantener vivo el proyecto de una España democrática, plural, abierta. Portillo Valdés se acuerda del historiador Pere Bosch Gimpera, que instalado en México sostuvo que a “la verdadera España había que buscarla por debajo de la superestructura de sus reinos, monarquía e imperio”. “Estaba en los pueblos que la conformaban y que habían mostrado históricamente una férrea voluntad de vivir juntos no gracias sino a pesar de la monarquía y del imperio”. Ahí queda esa idea: con ganas de seguir viviendo juntos.
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