12 marzo 2015

Sevilla se descubre arrugas en el espejo

Por MARGOT MOLINA

Sevilla, como Narciso, está acostumbrada a mirarse y gustarse, a hacer la vista gorda a las arrugas; pero el espejo que le ha servido durante los últimos cinco siglos se le ha quedado pequeño y para el XXI necesita uno de aumento. Un nuevo espejo que refleje la realidad de una capital que registra un 34% de paro, está perdiendo población —ha bajado de los 700.000 habitantes y ha perdido su condición de gran capital—; tiene 50.000 viviendas vacías de propiedad privada, de los bancos y del Ayuntamiento; un proyecto de tres líneas de Metro que algunos expertos consideran inviable económicamente —mantener abierta la línea que funciona actualmente cuesta 65 millones anuales, de los cuales 50 los aporta la Junta— y medio centro histórico convertido en un parque temático para turistas... Pero, a pesar de todo, Sevilla sigue ejerciendo una incuestionable atracción entre propios y extraños. En 2014 el número de turistas subió un 9% respecto al año anterior y alcanzó los 2,2 millones de visitantes que realizaron 4,5 millones de pernoctaciones en hoteles y apartamentos turísticos.

Entre sus atractivos destaca su enorme patrimonio, con uno de los cascos antiguos más extensos de Europa de casi cuatro kilómetros cuadrados, que gracias a la peatonalización de gran parte del centro histórico y a sus 170 kilómetros de carril bici consigue ofrecer una ciudad a escala humana.

“Sevilla no ha sabido sumarse a la modernidad. Aunque coquetea con ella y es una ciudad pretendidamente abierta, sus intentos de modernización han sido siempre fallidos. Es una ciudad maravillosa, pero también muy conservadora y es precisamente ese conservadurismo lo que le ha impedido entrar de lleno en la modernidad. Ha tenido intentos, pero han sido más formales, estéticos, que reales”, apunta Víctor Fernández Salinas, profesor de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla y uno de los 20 miembros del Comité Ejecutivo Internacional de Icomos, el organismo que asesora a la Unesco en materia de Patrimonio Mundial.

El turismo, uno de los sectores económicos fundamentales para la ciudad, tiene también su parte negativa, en opinión de Fernández Salinas. “El sur de la ciudad está cada vez más tematizado, es como un parque de atracciones y ha perdido su autenticidad. Hasta hace 15 años este fenómeno se limitaba solo al barrio de Santa Cruz, pero en los últimos años ha habido una prolongación tentacular hacia las calles Hernando Colón, García de Vinuesa... La idea de generar un ámbito para el turista que ya ocupa casi la mitad del casco histórico es de encefalograma plano”, apunta Fernández Salinas, uno de los miembros de Icomos que lideró, y perdió, la batalla de la Unesco contra la Torre Pelli. El rascacielos que puso en jaque la declaración de Patrimonio Mundial de la Unesco de la Catedral, el Real Alcázar y el Archivo de Indias.

“La cultura de Sevilla es arrolladora, potente, fascinante pero si la ciudad quiere ser competitiva no puede ser solo un destino turístico exótico; tiene que canalizar su capacidad creativa. Hay que crear un espacio de reflexión sobre qué es la modernidad, porque a una ciudad no la hace moderna sus edificios, industrias o universidades; sino algo más inmaterial como la participación de la sociedad civil en las decisiones, asociaciones como por ejemplo Iniciativa Sevilla Abierta (ISA) que van de abajo hacia arriba”, añade el miembro de Icomos. (…)

El carácter de los sevillanos es también responsable, en opinión de Vicente Flores, catedrático de la Escuela de Ingeniería de Edificación de la Universidad de Sevilla, del estancamiento económico que padece la capital andaluza. Flores está convencido de la necesidad de “lealtad entre las instituciones”. “No pueden estar poniéndose palos en las ruedas unas a otras y culpándose mutuamente de los males”.

“Sevilla tiene un enemigo tremendo en los propios sevillanos, puesto que somos muy dados a hacer frentes. En cuanto surge un proyecto, como por ejemplo el de la zona franca, empezamos a buscarle pegas. Cuando se desconoce la historia y el patrimonio de la ciudad, como le ocurre a muchos sevillanos, se produce un desafecto y, en consecuencia, una despersonalización de la ciudad. Los sevillanos tenemos que volver a sentirnos orgullosos de Sevilla”, sentencia Flores como receta para que la ciudad pueda volver a mirarse en el espejo y gustarse según los cánones del siglo XXI.
El País, sábado 28 de febrero de 2015

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