09 diciembre 2015

La despedida


Por Carlos Martín Gaebler

El joven guardia civil llevaba ya preso semanas en la cárcel del pueblo de un pueblo asturiano, hasta que un día aciago su celda quedó vacía. “Aquí ya no está,” fue todo lo que le dijeron a su mujer cuando vino a traerle la ración diaria de comida. Al reo lo habían trasladado a un lugar secreto en el corazón del bosque asturiano.

Era un hombre de bien que, al estallar la sublevación militar, se había pasado al bando rebelde. Hasta tres veces le ofrecieron sus superiores mantenerse leal al Estado al que servía. Y tres veces se negó a claudicar de sus ideas. Aceptó sacrificarse antes de ignorar la voz de su conciencia. Debió de ser la decisión más trágica en la corta vida del joven brigada, pues su sacrificio provocaría la desolación eterna de su familia. La sinrazón se extendía por la piel de toro cual mancha de aceite imparable.

Una noche de agosto de 1936, los milicianos vinieron a recoger a su esposa y a dos de sus hijos, un niño y una niña de corta edad, para conducirlos a despedirse de él en la casa de labor donde lo tenían recluido. Al reencontrarse con sus seres queridos, el hombre abrazó con fuerza a sus hijos y a su esposa, los tres encaramados a él. “Pero, Manuel, ¿qué te han hecho?”, atisbó a exclamar su mujer al verle el rostro desfigurado, mientras le acariciaba las mejillas inflamadas. “¿Y para qué te pones la camisa así?” El preso no paraba de tirarse de los puños de la camisa para esconder las señales de unas muñecas en carne viva torturadas por las sogas que esa noche le habían retirado para el último abrazo. “Pero, mi Manuel, ¿por qué te han hecho esto?,” volvía a clamar su esposa, aterrorizada por el dolor de lo que intuía era una despedida. A su lado, los dos pequeños asistían sobrecogidos a este momento, aunque en su inocencia no podían comprender en toda su magnitud la trascendencia de esos minutos. Hubo caricias mutuas, desgarradas, lágrimas infinitas… Al poco, los milicianos se llevaron al preso adentro y condujeron a la familia al carromato que los había trasladado desde el pueblo. El rostro compadecido de uno de ellos parecía querer decirles no volverán a verlo.

A la mañana siguiente, el prisionero fue fusilado. Un crimen sobre otro crimen. La barbarie española. El único alivio que sintieron los suyos fue saber que había sido ejecutado junto a dos sacerdotes de su mismo credo. Otro mártir inútil. Todos siguen aún desaparecidos, enterrados como perros en algún bosque, en alguna cuneta, como otros cien mil españoles que aguardan un entierro digno. Una vergüenza nacional.

Nadie puede desaparecer del todo, ¿verdad?

Nota del autor: La niña se llamaba Isabelita, era mi tía, y fue quien me relató la escena 75 años después; el niño, Manolo, era mi padre que, traumatizado de por vida, nunca me contó este episodio estremecedor de nuestra memoria histórica, las horas previas al asesinato de su padre, mi abuelo, Manuel Martín Rubio. Publico este microrrelato en un esfuerzo por recuperar la memoria familiar de ese particular holocausto español, sin partidismo ni maniqueismo, sino con el ánimo de saber lo que pasó y para que este conocimiento contribuya a reparar el horror de la guerra y a propiciar la convivencia y reconciliación de sus descendientes. cmg2012

17 comentarios:

Chris dijo...

Muy conmovedora historia, Carlos. Y es verdad que hay que recordar a todos, no solo a los 'buenos'.

Rosario G. Gómez dijo...

Después de una legislatura entera desterrada en el limbo, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha propuesto reactivar la “ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura”, más conocida como Ley de Memoria Histórica. Con esta norma, el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero asumía la condena al franquismo que plasmó el informe de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa firmado en París en 2006 en el que se denunciaban las graves violaciones de los derechos humanos cometidas en España entre 1936 y 1975.

La ley atendía las demandas de los muchos ciudadanos que aspiraban a conocer el paradero de sus familiares, en algunos casos enterrados en fosas comunes de cementerios, en cunetas o en parajes inhóspitos. “Cómo última prueba de respeto” hacia las víctimas, las Administraciones públicas se comprometían a poner los medios para localizar e identificar a los desaparecidos. Pero lo cierto es que ha transcurrido una década y el Estado no ha asumido el amparo a las víctimas, como ha denunciado el relator de Derechos Humanos de la ONU.

El Gobierno del PP no abolió la ley, pero realizó una ruin acrobacia política para desactivarla: redujo los fondos a cero euros, provocando la asfixia económica que ha hecho prácticamente imposible cumplirla. Solo la tenaz y voluntariosa acción de las asociaciones creadas para recuperar la memoria histórica, buscar la verdad, reparar los desgarros del franquismo y devolver la dignidad a las víctimas han permitido atender las solicitudes de familiares de represaliados y desaparecidos.

A esta tarea se sumará de nuevo el Gobierno, como acaba de anunciar la ministra de Justicia, Dolores Delgado, convencida de que hablar de memoria es hablar de justicia. El plan pasa por elaborar un censo oficial de víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura, con la colaboración de arqueólogos, médicos forenses, juristas y asociaciones de víctimas. Como ha recordado la ministra, es inaceptable que España siga siendo el segundo país del mundo en desaparecidos, después de Camboya. Se calcula que aún hay más de 100.000 personas en el olvido.

España quiere también crear una comisión de la verdad. Como ha ocurrido en países de América Latina, la verdad debe ser completa, oficial, pública e imparcial. Es un deber moral hacia las víctimas y sus familiares y una parte necesaria de la reparación del daño ocasionado. Como estableció la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, toda sociedad tiene el irrenunciable derecho de conocer la verdad de lo ocurrido, así como las razones y circunstancias en las que aberrantes delitos llegaron a cometerse, a fin de evitar que esos hechos vuelvan a ocurrir en el futuro.

Carlos Martín Gaebler, PhD dijo...

El señor Pablo Casado dijo en su día, con prepotencia y evidente desprecio por las víctimas, que «los de izquierda son unos carcas porque están todos los días con las guerras del abuelo y las fosas de no sé quién».

Carlos Martín Gaebler, PhD dijo...

PD: El levantamiento militar fascista de 1936 no triunfó en Barcelona gracias a la lealtad de la Guardia Civil al gobierno democráticamente constituido de la República.

Eliseo Pascual Gómez dijo...

Que haya hecho falta una Ley de Memoria Histórica indica que no hemos sabido acogernos unos a otros tras una experiencia tan dolorosa; también que los que se consideran descendientes de los que ganaron siguen mirando a los que perdieron como perdedores. Y muestra que no hemos sabido estar al nivel que demandaban los entonces nuevos tiempos —desde que nos constituimos como democracia—, no fuimos capaces de darnos un abrazo y reconocernos como iguales ante el futuro. En unas pocas generaciones, todo se habrá olvidado, pero sería hermoso que supiéramos abrazarnos y mirarnos a la cara cuando todavía hay tanta memoria.

Cabo primero de Infantería de la Marina español en activo dijo...

El silencio también humilla a las víctimas y nos convierte en cómplices de la barbarie y la traición.

Juan Pedraza dijo...

Se equivoca el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, anulando de los presupuestos del Ayuntamiento la partida correspondiente a la “Memoria Histórica”. Comete el mismo error que Mariano Rajoy durante su periodo de presidente del gobierno. Piensa, torpemente, que las heridas profundas que dejó en la sociedad española la salvaje y cruel guerra civil y la posterior dictadura de Franco -larga, injusta y represiva- van a curarse porque no se dediquen medios económicos municipales a ello y sí mediante el olvido. ¡Han transcurrido 42 años de democracia y aún están abiertas y pidiendo cura a gritos! Las heridas hay que sanarlas cuanto antes y, sobre todo, las que afectan a los sentimientos y al alma, porque estas son las que dificultan más la consolidación de la democracia.

Javier Reverte dijo...

La guerra civil de 1936-1939 no la perdió uno de los bandos contendientes; la perdieron todos los españoles. Cualquier hombre que lucha en un campo de batalla ve esfumarse su dignidad en el combate, tanto el que cae derrotado como el que vence en la pelea, porque el objetivo esencial de ambos es tan sencillo como infame: matar al contrario.

Peridis dijo...

Pese a los años pasados, el espíritu de la guerra se mantiene. No se han extraído las consecuencias de la Guerra Civil que perdieron nuestros abuelos, perdieron nuestros padres y perderemos nosotros hasta que no haya una sincera reconciliación con la paz, la piedad y el perdón que pedía Azaña en 1938.

José Álvarez Junco dijo...

Mi opinión es que los españoles quizá estén hoy más incómodos con el legado de la Guerra Civil que hace veinte o treinta años. Aproximadamente desde el año 2000 tenemos, de hecho, una nueva generación en la izquierda que ha dado un mayor impulso al debate, pues quieren saber lo que realmente sucedió a sus abuelos.

Ana Bustamante Cruz dijo...

Si no se reconocen los asesinatos de desaparecidos en guerras civiles, si no se aceptan responsabilidades (aunque sean retroactivas al cabo del tiempo) no se puede pasar página. Hay que verbalizar el dolor para superarlo. El silencio no vale para nada. Si no aceptas aquello que estuvo mal, el crimen persiste.

Carlos Martín Gaebler, PhD dijo...

Hasta el momento el líder del PP había utilizado la Ley de Memoria Histórica para, entre otras cosas, reírse de la oposición y llamarles "carcas" que "están todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién…". Este miércoles 30 de junio, en el Congreso de los Diputados, Pablo Casado ha dado un paso más allá en la radicalización de su discurso, ante la definición de Guerra Civil que ha leído en la tribuna: "Fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia".
"Ha justificado el golpe de Estado de Franco", dice Roberto Fernández, Premio Nacional de Historia 2015 por el libro "Cataluña y el absolutismo borbónico: historia y política". Según concluye este historiador, solo hay una ley legítima y es la que se construye en democracia. Es decir, las leyes prerrogativas con las que el general sublevado asumió todos los poderes del nuevo régimen no son legítimas, porque acabaron con las legítimamente instauradas por la democracia sustentada en la voluntad del pueblo, no en la del arbitrio de un dictador. "Negar la existencia de leyes durante la II República es mentir. Aquellas leyes y su Gobierno elegido libremente fueron asaltados por las armas de quienes quisieron acabar con esa legitimidad. Aquello condujo a la Guerra Civil y esto es poco discutible a estas alturas", añade Fernández.
Emilio Silva, presidente Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, señala que, a ojos de Pablo Casado, el franquismo tendría legalidad y la República, no. "Está compitiendo en el presente con las relecturas del pasado y no le importa decir este tipo de barbaridades. Ha justificado clarísimamente el franquismo. Una vez más estamos ante el mito del eterno retorno de la derecha que no va a condenar la dictadura", sostiene Silva para hablar de contramemoria histórica.

Pedro Almodóvar dijo...

La memoria histórica es un asunto pendiente en la sociedad española. Tenemos una deuda moral enorme con las familias de los desaparecidos, con las familias de las personas enterradas en fosas, en cunetas, en lugares indignos.

Pedro Almodóvar dijo...

El español se muestra tímido o atemorizado a la hora de hablar de nuestros problemas, de nosotros mismos en términos de pasado. Es importante que las nuevas generaciones puedan volver su mirada al pasado, para entender ciertos problemas cuyo origen se remonta a cuarenta años atrás. Pero también para negar al revisionista. Estamos viendo ejemplos de revisionismo como lo de Camuñas diciendo claramente que la única culpable de la Guerra Civil fue la República, con el líder de la oposición delante que no le dice nada... es delicado. Porque ese hombre está mintiendo: no hay equidistancia entre la República y el alzamiento de Franco. No: fue un golpe militar. Yo veo en ciertas cosas que la derecha trata de reescribir nuestra historia. Y contra eso aconsejo a la gente que se la lea: que lea libros de historia sobre la Guerra Civil.

Cuando vinieron los relatores de la ONU se extrañaron muchísimo de que en este país hubiera sido necesaria una generación nacida en democracia para preguntarse dónde estaban esas fosas y poner sobre la mesa la necesidad de que se exhumaran. De algún modo, siempre me he sentido muy sensible con este asunto y quería que apareciera en mis películas, pero no me salía el relato adecuado. Afortunadamente ahora me ha salido en mi película Madres paralelas.

Hans-Günter Kellner dijo...

Conozco a personas del Partido Popular que no se niegan a realizar o a hablar de exhumaciones. Como corresponsal de Deutschlandfunk, yo mismo he estado presente en exhumaciones donde estaban presentes alcaldes del PP. Realmente el Partido Popular no se hace un favor a sí mismo ni a sus militantes ni a sus votantes negándose a un consenso sobre este asunto. ¿Pero cómo puede no haber un consenso sobre que una persona muy mayor, de 85 años, tenga derecho a enterrar a su padre o a su madre fusilados? ¿Por qué tienen que seguir en una cuneta? ¿Qué política de Estado es ésta? Ellos hablan mucho de no reabrir heridas, pero es justo esto lo que abre las heridas, que no pueda haber un consenso de Estado sobre este asunto. Eso sería política de Estado, y una persona no deja de ser más o menos de derechas por facilitar este tipo de consenso. Y con esta política el mismo PP se sitúa donde no querría estar, en una sucesión del franquismo. Figúrate a un político alemán diciendo que los muertos hay que dejarlos en paz, con la historia que tenemos nosotros los alemanes.

Olga Santisteban Otegui dijo...

Hace ya algunos años, un jovencísimo vicesecretario de Comunicación del partido que en aquel momento gobernaba España hizo unas más que desafortunadas declaraciones a cuenta de los desaparecidos y fusilados de la Guerra Civil y posterior represión franquista, a los que llamó “despectivamente” la guerra del abuelo y las fosas de no sé quién. No fue la primera burla ni la única. Esas quizás olvidadas fosas son donde ignominiosamente “reposan”, por decirlo de alguna manera, aquellos fusilados del “abuelo” y aquellos carcas de izquierda porque un régimen totalitario y represivo así lo decidió. La Ley de Memoria Democrática viene en parte a tratar de corregir y reparar, con justicia y dignidad, a los hijos, nietos o herederos de todos aquellos represaliados y darles un descanso digno. Seguro que ya, lector o lectora, has adivinado, quiénes son los que frivolizan con el dolor y la memoria de desaparecidos y represaliados y sus familias. No se puede obviar por más tiempo la deuda que tenemos con ese pasado porque está ahí incluso para los que reniegan de aquellas fosas y aquellas cunetas.

Francisco Ayala dijo...

"No había nada por ninguna parte. Nada, sino silencio; un silencio húmedo que rezumaba, calaba hasta lo más hondo; un silencio que era la ausencia y el vacío de la atronadora refriega, ya pasada. No había nada, nada sobre la tierra... Bajo ella, muertos infinitos yacían en confusión, ahora casi tierra ya también ellos, y todavía lastimada humanidad, sin embargo; muertos preñados con el plomo de su muerte; muertos consumidos en la perfección absoluta de su hambre; muertos. Sepultados de cualquier modo, entre las raíces de los vegetales, entregados a esas garras ávidas, insaciables, vivificadas por la lluvia que había escurrido tan largamente por entre piedras y huesos."