Mi abuelo, Manuel Martín Rubio (Guijuelo, Salamanca, 29 de octubre de 1897 - Asturias, 20 de agosto de 1936), es uno de
los 100.000 desaparecidos en la guerra civil española. Sus
restos deben estar desintegrados en alguna cuneta asturiana de la carretera que va desde Siero a Gijón, según relata Francisco Sánchez Font en su monumental obra sobre el cerco de Oviedo, y queda también registrado en el Mapa de fosas y enterramientos de dicha región, actualizado por la Universidad de Oviedo en 2024.
Mi abuelo Manuel era brigada de la Guardia Civil al servicio de la República (Tarjeta de identidad: Serie A, número 03298) cuando estalló el
conflicto fratricida en julio de 1936. En abril de aquel año fatídico, sus
mandos lo habían trasladado desde Andalucía a la zona caliente que por aquel entonces era Asturias, tras la sangrienta Revolución de Octubre de 1934, como represalia por haberse señalado al pedir mejores condiciones laborales
para sus compañeros guardias civiles del 17º Tercio en la Comandancia de Camas, Sevilla.
Cuando la
Guardia Civil se pasó mayoritariamente al bando sublevado contra el gobierno
del Estado legítimamente constituido, fue hecho prisionero de guerra y conducido a la cárcel de Siero, y el 20 de agosto de 1936 fue fusilado en una zona indeterminada del denominado Caño del Águila, en flagrante violación de la Convención de
Ginebra. Posteriormente prendieron fuego a su cuerpo, apareciendo sus restos carbonizados en la carretera de Pola de Siero a Gijón.
Por
entonces residía en el pueblo minero de La Felguera (que hoy en día es un barrio de
Langreo, Asturias), junto a su esposa (mi abuela Librada), su hijo (mi padre
Manuel) y una de sus dos hijas (mi tía Isabel).
En su Libreta de haberes, que aún conservo, figura que fue ascendido de
sargento a brigada el 22 de abril de 1936. Fue trasladado primero a Sama de Langreo
en abril y posteriormente a La Felguera, Langreo, que fue su último destino en los meses de mayo y junio, ya como Comandante del Puesto. La hoja correspondiente al mes de julio aparece vacía.
Fue visto
por última vez por su familiares en el campo a las afueras de La Felguera,
cuando dos milicianos los condujeron una noche al lugar indeterminado donde
estaba retenido para despedirse de él, el 19 de agosto de 1936. Tenía 38 años de edad.
Los tres objetos de escritorio que conservo de mi abuelo: un sujetapapeles de latón dorado, un sello de bronce con su firma, y moldes de letras de latón |
Por
dignidad nacional es preciso remover los obstáculos que impiden rescatar de las
cunetas y de las fosas perdidas a las víctimas de tanta tortura y de tanto
crimen superpuesto para cerrar las heridas aún abiertas y para que nunca más los españoles nos matemos por nuestras
diferencias ideológicas o religiosas. Lo reclama este bloguero, que es su nieto rojo, republicano y apóstata, para honrar su memoria, y porque todos los muertos son iguales. cmg2010
Mi padre ante la placa que recordaba a su padre desaparecido, junto a una iglesia de su Guijuelo natal, el único lugar físico a donde pudo acudir para hacer su duelo muchos años después. |
9 comentarios:
En una nota anexa a su novela El lector de Julio Verne, Almudena Grandes señala que José Luis Cervero, en su libro Los rojos de la Guardia Civil, analiza detalladamente la trayectoria de muchos mandos y números del Cuerpo que siguieron a rajatabla las ordenanzas del duque de Ahumada, quien prohibió a los miembros de la institución por él fundada sublevarse contra el poder legalmente constituido. El golpe de estado de 1936 triunfó sólo en aquellas provincias donde la Guardia Civil apoyó la rebelión. En los lugares donde sus jefes se mantuvieron leales a la legalidad y a sus propias obligaciones, se desató después de la guerra una represión feroz, que tendría cobertura legal a partir de la promulgación de la ley de la Jefatura del Estado del 12 de julio de 1940, que pronto fue conocida en los cuarteles por el nombre abreviado de ley 12 de 1940.
Mi tía Isabel Parra Marín, sobrina de mi abuela Librada Parra Benito, y sobrina política de mi abuelo Manuel Martín Rubio, me informa de que mi abuelo Manuel tenía otro hermano mayor que él, Pedro Martín Rubio, quien también era miembro de la Guardia Civil, aunque de mayor rango. No había sabido de su existencia hasta ahora que me lo ha contado, a sus 91 lúcidos años, la última superviviente de aquella generación.
No debemos olvidar que hay 100.000 compatriotas que siguen sufriendo violencia después de muertos porque no han sido enterrados, para unos cristianamente, para otros con dignidad. La sufren sus hijos, sus nietos, y la sufre un país que se permite tener a más de 100.000 compatriotas enterrados en las cunetas.
Hemos despedido 2019 con la satisfacción de haber visto cómo el cadáver de Franco era desalojado del lugar de honor que, indebidamente, ocupaba. Ojalá podamos despedir este año 2020 sin desaparecidos en las cunetas.
“La futura Ley de Memoria Democrática prevé actuar de la misma forma con los desaparecidos del bando republicano que con los desaparecidos del bando franquista, si sus familiares piden ayuda al Estado. Pero estas víctimas ya fueron exhumadas, porque Franco ya legisló lo que hoy llamamos memoria histórica elaborando un censo de desaparecidos y un protocolo de exhumaciones. La dictadura desarrolló una potentísima legislación de memoria, pero sólo para sus víctimas, que fueron exhumadas y reparadas económica y simbólicamente mientras las víctimas republicanas fueron criminalizadas, estigmatizadas y muchas de ellas arrojadas a fosas comunes.”
Olvidar es también perdonar lo que no debe ser perdonado si la justicia y la libertad han de prevalecer. Tal perdón reproduce las condiciones que reproducen la injusticia y la esclavitud: olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron sin derrotar a esas fuerzas. Las heridas que se curan con el tiempo son también las heridas que contienen el veneno. Contra la rendición del tiempo, la restauración de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación, es una de las más notables tareas del pensamiento humano.
Estos últimos días ha aludido el señor Feijóo, como eje consensuado de los principios democráticos, al pacto de la Transición, un pacto al cual estoy muy agradecido porque sin él yo no hubiera existido. Mi cine, quiero decir. Pero todos sabemos que la mayor virtud de las fuerzas de izquierdas, y de derecha, supongo, fue su pragmatismo. Era muy difícil arrancar una democracia mínimamente verosímil después de cuarenta años de dictadura. Los habitantes de ese submundo que todavía son las fosas, las cunetas y los paredones, fueron condenados por el franquismo a la no existencia. Esa zanja anónima condena a sus víctimas a la no existencia. Solo vivirán en el recuerdo de sus familiares.
Y estas mismas víctimas, los cien mil que hacen de nuestro país el segundo después de Camboya en cuanto a personas desaparecidas, fueron una vez más ignoradas en el pacto de la Transición, de nuevo por el pragmatismo (y el miedo comprensible) de la izquierda (no en vano tres años después hubo un intento de golpe militar). Este comprensible sentido práctico de la izquierda española los condenó por segunda vez a no existir. Fueron doblemente héroes y doblemente víctimas. Y esa es una deuda moral que después de más de 80 años la democracia española no ha pagado aún y el tiempo apremia. Hubo una ocasión de oro para abordar el tema de las fosas en las sucesivas mayorías absolutas del PSOE. Pero no se hizo. Como muy bien dice Emilio Silva (presidente de Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) nadie le preguntó a su abuela si quería morirse sin saber dónde estaba el cuerpo de su marido.
El retraso en construir un Centro Nacional de la Memoria en España ha de atribuirse a la incapacidad de la clase política de llegar a un consenso mínimo sobre la necesaria pedagogía sobre el pasado. En España hay miedo de enfrentarnos a nuestra historia. Se piensa que el pasado es problemático y se prefiere no hablar de él que enfocarlo haciendo historia pública. El pasado siempre es problemático pero no puede ser un problema.
Ante todo la historia debe ser pedagogía, pero en España ni unos ni otros lo han hecho. Para unos es reabrir heridas y hay quienes ponen al mismo nivel la democracia y la dictadura, mientras la izquierda en muchas ocasiones usa la historia como arma arrojadiza.
Detrás de los acontecimientos históricos está la Memoria, de carácter heterogéneo debido a los distintos matices de los sentimientos vividos, marcada por los vacíos dejados por las víctimas. La Memoria debería ser transparente, representando con la máxima objetividad lo vivido. La memoria y los sentimientos que quedan atrás se pueden intuir a través de los hechos históricos.
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