24 septiembre 2025

El lujo nos hará pobres

Por Lucía Lijtmaer

El País, 24 de septiembre de 2025

En España se está acelerando la oferta de consumo para multimillonarios, y eso tiene consecuencias para toda la ciudadanía.

Bocadillo de salmón ahumado y copita de champán. Colas en las boutiques por un luisvi. Manicura con oro y caviar. Algunos barrios de las metrópolis más importantes del mundo ofrecen prácticamente lo mismo y a los mismos desorbitados precios. Y las ciudades españolas —especialmente Barcelona y Madrid— se han apuntado al tren del lujo, ya sea ostentoso o silencioso.

No es una novedad: el posicionamiento de España ofertando opciones para la élite que consume lujo no es nuevo, pero hay señales que demuestran su aceleración. En 2014, el aeropuerto Adolfo Suarez Madrid-Barajas abrió la mayor tienda de Europa de artículos de lujo en aeropuertos, y la quinta del mundo. En 2021 reabrió el hotel Ritz, ahora Mandarin Oriental Ritz, uno de los pocos hoteles del mundo que podría entrar en la categoría de superlujo. ¿Y eso qué es? El superlujo es una categoría social relativamente nueva en España: exclusividad, privacidad y estatus, algo supuestamente imposible de replicar y que parece ser que no se compra solo con dinero. Al mismo tiempo, en Barcelona y según el sector, la capital se ha posicionado como un destino de compras a escala internacional a la altura de ciudades como Milán, Londres o París.

Las ciudades mutan a esta nueva realidad, algunos la disfrutan y todos la contemplamos. En algunos casos esta nueva existencia parece deudora de la estética bling bling de Dubai —bien lo sabe Georgina, que nos muestra un diamante del tamaño de una nuez en su Instagram— y otras veces lo es del monocromático y sobrio color café con leche de Park Avenue. Pero lo cierto es que el lujo o el super lujo traen consecuencias para toda la ciudadanía. Aunque no nos importe lo más mínimo, el lujo nos afecta.

Como explica el economista Thomas Pikkety, tras la Segunda Guerra Mundial, la desigualdad se redujo gracias a impuestos altos a las grandes fortunas, las políticas de bienestar y crecimiento económico compartido. Pero desde los años 80, con la desregulación y la globalización financiera, los ingresos del capital, ya sea en acciones, rentas o herencias, han vuelto a crecer mucho más rápido que los salarios. Esto ha provocado que una minoría —el 1% más rico— concentre cada vez más riqueza.

El fenómeno se entiende como plutocracia, una oligarquía de los ricos. En Plutocrats, la académica y política canadiense Chrystia Freeland analiza el auge de una nueva élite global: los multimillonarios que concentran poder económico y político sin precedentes. A diferencia de las viejas aristocracias, estos plutócratas no dependen de títulos nobiliarios ni de herencias tradicionales, sino de la globalización financiera, la tecnología y la capacidad de aprovechar redes internacionales. Freeland muestra cómo esta élite comparte más intereses entre sí que con las clases medias de sus propios países, configurando un mundo donde las fronteras importan menos que el acceso a capital y a círculos exclusivos.

La cultura pop reconoce a esta élite como un nuevo fenómeno y retrata sus internas vitales. El auge de los superricos nos llega en la ficción a través de las cascadas noruegas y los mega yates en Succession, en la telerrealidad a través de la franquicia The Real Housewives, una interminable saga de esposas ricas, o incluso en su faceta más existencial en estrenos cinematográficos como The Materialists: ¿debe Dakota Johnson casarse con el chico al que ama y es pobre o con el multimillonario (bautizado como “unicornio”) Pedro Pascal?

Esa es la consecuencia más anecdótica del lujo. Hay, por supuesto,consecuencias sociales y políticas de esta concentración de riqueza. La creciente brecha entre los ultrarricos y el resto, como demuestran los datos, alimenta tensiones democráticas, debilita las instituciones públicas y erosiona la convivencia ciudadana. El capitalismo contemporáneo ha mutado: los beneficios están cada vez más concentrados en esa plutocracia, mientras el resto de la sociedad enfrenta cada vez más precariedad y pobreza. El ejemplo más claro es el de la ciudad de Nueva York, la que acumula más ricos del mundo y que en 2013 una de cada cuatro familias vivía en albergues incluyendo a adultos con empleo. Diez años después, un millón y medio de personas en la ciudad vive por debajo del nivel oficial de pobreza federal.

Lo cierto es que la política de incentivar a las grandes fortunas a gastar en nuestras ciudades no implica necesariamente que la riqueza milagrosamente riegue nuestras aceras. Pese a venderse como imán para el turismo “de calidad”, un eufemismo común para hablar de lujo, con grandes construcciones hoteleras y promocionar la milla de oro o grandes regatas internacionales, Madrid y Barcelona sobresalen como las ciudades más desiguales en términos de brecha económica urbana. El índice Gini, que cuantifica la desigualdad de ingresos en una población, en la ciudad de Madrid alcanza aproximadamente el 31%, el más alto de España, mientras que más de 1,3 millones de madrileños están en riesgo de pobreza, y uno de cada cinco gana menos de 500 euros al mes. En Barcelona, la tasa de riesgo de pobreza infantil es del 28%, y si se descuentan los gastos de vivienda de los ingresos de las familias con niños, la pobreza infantil se dispara, ya que alcanzaría el 45%.

Sí, el gasto en vivienda. Si las ciudades optan por un lujo desorbitado y son cada vez más desiguales, nadie puede habitarlas. Cada vez es más común que aquellos con rentas más bajas tarden una entre una y dos horas en llegar a su puesto de trabajo, ya que no pueden residir en zona urbana. El tiempo y el techo han pasado de ser un derecho a un lujo.

Conocemos de sobra los principales problemas de acceso a la vivienda de la población en España: los precios elevadísimos tanto en compra como en alquiler, la falta de vivienda pública y la especulación con el suelo, entre otros. Pero no se habla tanto de este pez que se muerde la cola: la desigualdad estructural genera desigualdad entre generaciones, y una nueva estirpe, la del rentista por herencia y el pobre por falta de suelo heredado. Ante eso, las nuevas ciudades del lujo solo son habitables para los primeros.

Frente a estos fenómenos, resulta impactante la actitud de algunos políticos que no parecen gobernar para todos sino solo para algunos. Recientemente, la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, atacó a la Agencia Tributaria, tildando a la institución como “máquina de expulsar fortunas, inversiones y propiedad”. Ese relato, construido para desviar la atención sobre los escándalos financieros que persiguen a su pareja, deja de lado que la manera de atraer capital de la Comunidad de Madrid en la última década ha pasado por perdonar más de 10.000 millones de euros a las grandes fortunas. Tal es así que el Instituto de Estudios Fiscales alertaba de que casi la mitad de los más ricos de nuestro país que se mudan decide irse a vivir a la Comunidad de Madrid por sus ventajas fiscales. El cuento de la derecha de que España representa un “infierno fiscal”, por tanto, no se sostiene.

Aún así, pervive la narración de que ante la pobreza y el lujo desorbitado existe un método de inclusión: la del mago criptobro, especulador y libertario, que te ofrece rentabilidad rápida a ti, solo a ti. La cultura del esfuerzo y el logro se sustituye por la volatilidad tecnológica. Ahora ves la bolita, ahora no la ves. Por supuesto, hay otras salidas. Habrá que ir desgranándolas antes de que el lodazal nos ahogue y el brillo de oropeles nos ciegue.

08 septiembre 2025

Ansiedad, insomnio o aislamiento: los síntomas del acoso escolar reaparecen en las víctimas tras el verano


Las líneas telefónicas de ayuda a niños y adolescentes reciben un pico de llamadas en septiembre, cuando hay un reencuentro físico.

Por DOMITILA DÍEZ

El País, 8 de septiembre de 2025

Para algunos niños y adolescentes, los días previos a empezar las clases están marcados por la incertidumbre de cómo serán los nuevos profesores, sus nuevos compañeros de pupitre o la nostalgia del verano. Para aquellos que sufren acoso escolar, estas fechas despiertan el temor de volver a sufrir agresión y maltrato. El dolor de estómago, el insomnio o la ansiedad son señales que hay que atender, según asociaciones de prevención del bullying. La Fundación ANAR, dedicada a la defensa de los derechos de la infancia y la adolescencia, registra en septiembre el pico anual de llamadas a su línea gratuita de apoyo. La tendencia también se repite en el número contra el acoso del Ministerio de Educación, gestionado por la misma ONG.

Los síntomas ya aparecen al final de las vacaciones. La psicóloga especializada en trauma y apego Gala Secchi ha observado que entre sus pacientes “empiezan a subir muchísimo los picos de ansiedad, porque hay una huella de memoria de lo que pasó el año anterior”. Los afectados se aíslan, tienen problemas para dormir, cambios abruptos de conducta o ánimo. No quieren volver. Además, en algunos casos, la hostilidad se ha mantenido activa durante el verano a través de las redes sociales. Secchi resalta que “muchas familias entienden que no quieren ir al colegio porque no les gusta estudiar, pero no quieren ir porque les están pasando cosas”. La terapeuta anima a crear espacios confianza para que los chicos cuenten cómo se sienten e intentar detectar esos malestares a los que les cuesta poner en palabras.

La directora de la línea de atención permanente de ANAR, Diana Díaz, confirma: “Sabemos que en el momento que se inicie el curso, como todos los años, va a haber un repunte de llamadas”. Quienes vivieron cierto alivio durante las vacaciones vuelven a sentir la indefensión aprendida: la sensación de que, hagan lo que hagan, no podrán escapar del acoso. El año pasado, la fundación acompañó a 4.786 niños y adolescentes en este tipo de casos, un 26% del total de atendidos. El equipo brinda asistencia psicológica, social o jurídica a los menores y a sus familias.

Insultos, motes y hacer el vacío son las formas más frecuentes del hostigamiento, que afecta a uno de cada diez alumnos en España, según el último estudio de ANAR. Diana Díaz resalta que “el acoso escolar es una situación de estrés sostenido y por eso es tan importante actuar desde el primer indicio, para que no se cronifique”. El último informe de Save The Children recoge que los menores que son víctimas de bullying tienen 2,5 veces más riesgo de intentos de suicidio.

Carmen Cabestany, presidenta de Asociación no al acoso escolar (NACE), que trata unos 500 casos al año, compara la experiencia con atravesar un túnel oscuro: “Al principio, sienten desconcierto; a medida que se adentran en ese pasaje viene el miedo, la impotencia, la rabia y hay un punto en el que traspasan una línea roja”. Las consecuencias emocionales se agravan con el tiempo y pueden derivar en estrés postraumático, autolesiones o ideación suicida. También puede desencadenar fobia escolar (un terror irracional al colegio). “No es que no quieran ir; no pueden ir. Se desesperan porque saben que tienen que volver al lugar del martirio”, incide Cabestany. En estos casos se debe contar con una orden médica para no asistir a clases y recibir un profesor a domicilio.

María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación, señala que “los centros educativos deben extremar la atención las primeras semanas”. La experta insiste en que deben “transmitir a las víctimas que va a ser un lugar seguro, y a los matones que la escuela no va a tolerar el abuso”. Eso exige que haya figuras de autoridad presentes en espacios como el patio o la entrada del colegio, donde con más frecuencia se puede producir.

Según un estudio de la Unidad de Psicología Preventiva en la Universidad Complutense en colaboración con la Fundación ColaCao —que ha dirigido Díaz-Aguado—, casi 4 de cada 10 víctimas no le ha contado a nadie lo que vive y el 66% de los matones no ha tenido ninguna conversación con el profesorado sobre su comportamiento. “No es la víctima quien tiene que renunciar a ir a la escuela, es la escuela la que tiene que cambiar para que la víctima se sienta segura”, enfatiza la especialista.

La Asociación española de prevención de acoso escolar (AEPAE) también ha recibido consultas de familias preocupadas por la vuelta al colegio. Enrique Pérez-Carrillo de la Cueva, su presidente, explica que la decisión de cambiar al alumno de centro educativo “puede ser una solución de emergencia, pero no lo protege”. Según el experto, el cambio “le revictimiza, porque percibe que el problema es él”. Advierte de que, si ingresa al nuevo con una actitud inhibida, fruto de su experiencia anterior, puede volver a ser agredido.

Para preparar el regreso a clase, los expertos coinciden en que se puede trabajar con los menores la autoestima y la seguridad, así la indefensión aprendida se va diluyendo. Carmen Cabestany recomienda “enseñar a la víctima a decir que no con la mano, con la voz y con la mirada; es decir, utilizar el lenguaje verbal y no verbal para expresarse frente a sus agresores”. Sin embargo, la también docente advierte de que “en ningún caso, los adultos deben presionar a la víctima para que haga eso. Si no se siente segura, los padres no deberían decirle: ‘Oye, que no me entere de que tú te dejas pegar’. Es absolutamente contraproducente”. Por más de que la víctima requiera herramientas, los especialistas insisten en no focalizar el trabajo únicamente en ella, sino en el victimario y los compañeros testigos, claves para intervenir.

04 septiembre 2025

Desespectacularizar la vida

Por REMEDIOS ZAFRA

Bajo el espejismo de un espacio público ‘online’, proporcionamos a los más jóvenes un mundo boicoteado que expulsa de antemano la reflexión y la justicia. Su contrapeso está en la escuela pública.

La duda es la grieta que permite poner las cosas bajo interrogación, preguntarnos por las razones, conocer más y mejor. El paso que permite pasar de la afirmación “yo soy” a “yo creo” requiere de algo tan esencial como la duda. La duda siempre está cuando el propósito que nos mueve es saber más de un asunto, comprenderlo. No sorprende que el vestido de la creciente ola de extrema derecha sea justamente lo opuesto a la duda. La arrogancia con que muchos afirman y sentencian hoy parece propia de quien no se hace preguntas, porque asume directamente las respuestas que otros le lanzan, como herramientas o como armas.

Diría que hay un contexto propicio para todo ello en las pantallas. Llevamos tiempo viendo cómo la apariencia de sentido amenaza con comerse el sentido, empujando a la espectacularización de la vida en ellas. Me refiero al espectáculo como una forma de organización de la vida social basada en la apariencia, que de manera preocupante no busca diálogo ni pregunta, aval científico ni información contrastada. Que sí busca audiencia y monetización de números. Ese valor tan fácilmente hackeable como poderoso que lleva tiempo ocultando los valores que más importan como humanos y como sociedad y que precisan duda, ética y educación.

Recientemente conocí a un joven que afirmaba no dudar. También era un joven enfadado. Me pregunto si una y otra cosa no tenían que ver. Sin apenas conocernos, el joven comenzó a insultar al presidente del Gobierno con un odio llamativo para un casi-adolescente. Le pregunté de dónde sacaba la información que le hacía pensar así y me hablaba de vídeos y podcasts que, según él, demostraban sus afirmaciones. Decía querer pasarme los enlaces, convencido de que al verlos también yo cambiaría de opinión. Insistía en que los números que avalaban a los streamers que protagonizaban esos vídeos eran muy altos y tanta gente no podía estar equivocada. Que estaba claro. Vaya, la claridad y los números altos.

Me pregunto por qué los medios de comunicación plurales no llegan a este joven o este joven no llega a ellos; de qué maneras muchos han dejado de usar sus conocimientos y dudas, lo que estudian, para valorar el mundo, en qué momento han quedado fuera de los medios donde no te dicen qué pensar arropándote al abrigo de una comunidad descaradamente homogénea. Qué importante sería que se incentivara ese encuentro. Porque asusta observar que las fuentes de las que muchos beben ahora tienen como único valor la audiencia a costa de la verdad.

En algún momento cercano perdimos de vista que en el mundo conectado el valor de “lo muy visto” se posicionó como máximo valor, paradójicamente desprovisto de los valores humanísticos que nos sostienen como sociedad y dificultando una democracia sana. Porque en el valor de la mayor audiencia, ¿acaso no se congrega lo más morboso con lo más frívolo cuando “lo más” solo empuja a la competición y al espectáculo?

Al preguntar cómo llegamos a esto, cabe mirar la más reciente historia de internet y la cesión de grandísimo poder a las empresas digitales. En estas décadas se ha ido dificultando algo importante: el contexto y tiempo necesarios para pensar y poner las cosas en duda. Ante la tentación y la inercia de lograr respuestas inmediatas a golpe de botón, el proceso reflexivo se simplifica o anula, llevando a posicionamientos rápidos y más emocionales, retroalimentando lo muy visto, arropándose con ello.

Las redes sociales llevan tiempo nutriendo estilos que refuerzan primero, homogeneidad interna, y después, polarización en el señalamiento del otro. Como efecto triunfan dos extremos: la impostura propia de quien rentabiliza apariencia y escaparate, y el exabrupto propio del hartazgo de la pose, valiéndose del discurso espectacularizado que hoy define a los más reaccionarios.

A todas luces diría que estamos proporcionado, especialmente a los más jóvenes, un mundo previamente boicoteado. Un mundo donde se pasó por alto la premeditación adictiva escondida bajo el espejismo de espacio público online. Porque las plataformas y redes regidas por el capital han sido y siguen siendo ante todo campo de acción mercantil, instrumentalizadas por las fuerzas del “más”, acogiendo a la multitud de solos conectados que hoy derivan, a menudo con resentimiento engordado, buscando arropo comunitario y luz entre las sombras de la precariedad y la confusión de muchos.

Ante la tentación de deshumanizar al joven del que les hablo, de la misma manera que ese joven deshumaniza a los que insulta, no puede perderse de vista este contexto saboteado para espectacularizar la vida. Porque se rige por valores que expulsan la reflexión, la justicia y el sentido, proyectando al mundo material las lógicas que dominan internet, como un espejo invertido donde internet ya no refleja, sino que proyecta. Valores que se apoyan en visiones antiintelectuales y que desprecian y maltratan el conocimiento.

Como riesgo añadido en la conversión del mundo en espectáculo, es fácil legitimar que el más payaso sea el rey, porque la dinámica se distorsiona buscando no ya un buen gobierno, sino seguir el juego competitivo del espectáculo, apoyar determinada audiencia en contra de otra. Es fácil que en la búsqueda de más fama, audiencia y dinero se devalúe el conocimiento y se frivolicen nuestras vidas, porque estos sujetos espectacularizados han convertido toda comunicación en publicidad de sí mismos. La oscilación de la época anuncia cómo, frente a la importancia que el estudio y el pensamiento han tenido para argumentar la diversidad y las políticas de igualdad que tantos logros sociales han culminado, el contrapeso del espectáculo de ahora encumbra la audiencia desde la contundencia de fuerzas emocionales y antiintelectuales que primero te arropan y después te convierten en soldado.

Desespectacularizar precisaría salir de las poses y rabias de las pantallas que jalean el insulto y la guerra, restaurar una renovada confianza en el conocimiento para comprender y comprendernos; recuperar emociones positivas, la potencia y la esperanza en la educación y en las personas que educan para ayudar a manejar nuestras dudas, para respetar nuestras diferencias.

Ahora que comienzan las clases, recuperar la ilusión en lo que la educación puede se hace imprescindible para una vida desespectacularizada. No se supera la lógica bélica y simplificadora que hoy aprieta ni con la aterradora claridad con que se deshumaniza al otro, ni delegando en que las personas se eduquen solas en las redes. No imagino mayor cuidado como humanos que cuidar la educación pública y fortalecerla. Como profesores, recuperar la verdadera pasión por construir valor y sentido desde ella. Aquí habita la íntima sensación de que lo que hacemos vale la pena, que es bueno no solo para el aquí y ahora, sino para comprometernos con quienes estarán mañana.

El País, 4 de septiembre de 2025