blogaebler
06 abril 2025
El cine de Roberto Pérez Toledo según Borja Terán
02 abril 2025
Trois_cortometraje
El ‘ménage à trois’ lo inventaron los franceses. Un cortometraje de Roberto Pérez Toledo (2015) sobre la secular pereza idiomática de los españoles y algo más..., interpretado por Marine Discazeaux, Álex García y Adrián Expósito. 5 min.
01 abril 2025
Las humanidades lo petan
El desprestigio de las Humanidades ha calado en una sociedad digital que ha sentido robustecido con las nuevas tecnologías su menosprecio por ellas como materias prescindibles. Ese desdén no afecta paradójicamente a las Humanidades mismas sino que aleja del conocimiento —histórico, filosófico, estético, filológico— a quienes lo asocian a tostones casposos, incapaces de disfrutar del valor emancipador de saberes que cuestionan y transforman el mundo. Ningún cambio relevante en ninguna esfera de la era moderna y contemporánea —el fin de la esclavitud, la conquista del Estado de derecho, la execración de la tortura, la consagración de los derechos de la infancia y de las mujeres, el respeto a las minorías— ha sucedido sin que alguien haya armado una idea y la haya difundido por todos los medios, incluido internet. Las Humanidades parecen barridas por la revolución tecnológica pero ahí siguen, fomentando la independencia crítica y la virtud del saber heredado y compartido. Los estudiantes de estas materias se habrán sentido hermanados con Gabriel Plaza: se saben de segunda categoría en un mundo hipertecnológico. Lo peor sería que escogieran el camino de muchos en los últimos 15 años: buscar trabajo fuera de España. Frente a la prepotencia y la defensa a ultranza de una rentabilidad del saber instrumental y miope, solo cabe respirar hondo y darle la enhorabuena a Gabriel.
Editorial del diario El País, domingo 3 de julio de 2022
26 marzo 2025
"Adolescencia", un prodigio técnico, interpretativo y narrativo de la ficción televisiva
Por Laura Pérez,
eldiario.es 21 de marzo de 2025
En los últimos días no ha habido conversación seriéfila que no haya girado en torno a Adolescencia (Adolescence), la nueva miniserie fenómeno de Netflix. Otro éxito del 'boca a oreja' en la era de las plataformas que ha provocado una fascinación generalizada y que, apenas transcurridos tres meses de 2025, ya se ha convertido en una de las grandes ficciones del año con total merecimiento.
Frente a otros proyectos ultracomerciales repletos de elementos 'taquilleros' para triunfar, lo de esta producción británica es del todo excepcional: está compuesta por únicamente cuatro capítulos de entre 50 y 65 minutos, todos ellos rodados en plano secuencia. Es decir, en una única toma, sin cortes ni edición. Un reto audiovisual e interpretativo que, más allá de la habilidad técnica, ayuda a elevar a esta serie a la categoría de inolvidable. O, al menos, a la de esas que dejan una huella especial por un tiempo.
Para comprender a qué viene tanto elogio basta con echar un vistazo a su primer capítulo. O en su defecto, con leer alguna de las muchas críticas que desde su estreno el pasado 13 de marzo han analizado por qué parece que en los últimos días todo el mundo habla de esta nueva serie de Netflix. Una conversación social que se ha traducido en un top-1 en la plataforma que, con total probabilidad, seguirá viendo disparados sus números en próximas semanas.
Creada por Jack Thorne y Stephen Graham, y dirigida por Philip Barantini, Adolescencia cuenta la historia de Jamie Miller, un adolescente de 13 años que es detenido y acusado de asesinar a una compañera de clase. Una sinopsis tan breve como impactante, casi tanto como la impresión que genera en el espectador ver por primera vez al joven Owen Cooper en la piel del protagonista mientras un grupo de agentes de policía entran en su habitación infantil para arrestarle.
En ese momento comienzan dos viajes. El de la ficción, con el presunto asesino y especialmente su familia ajenos a lo que la investigación va a depararles. Y el real que experimenta todo aquel que decide darle al play y 'subirse' a una de esas series que remueven e incomodan, haciéndote transitar por todo tipo de sentimientos en apenas cuatro horas.
Como comentábamos, gran parte de la excepcionalidad de esta ficción es consecuencia de la técnica cinematográfica elegida para la totalidad de su metraje: cuatro planos secuencia, uno por capítulo. Una técnica que habitualmente se introduce de manera puntual o limitada en obras audiovisuales (buenos ejemplos de ello son el episodio 5 de Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menendez o el 10 de Los años nuevos, ambas series de 2024), pero que en este caso marca la totalidad del relato.
Así las cosas, la serie en su conjunto es un reto audiovisual e interpretativo de los que no abundan, pues toda la acción sucede ante la cámara de manera milimetrada, como si de una representación teatral se tratase. En lo que al equipo técnico se refiere, el desafío al que se han enfrentado lo ha desglosado recientemente Netflix al revelar secretos y curiosidades de rodaje, como recogimos aquí. Y en lo que respecta al elenco, asistimos a una masterclass de interpretación de unos actores que pasan del pánico a la ira o al dolor en apenas segundos, sin cortes y sin que un montaje pueda 'salvar' a nadie.
En ese sentido, conviene subrayar tres nombres propios. El primero es el de Owen Cooper, un joven de 15 años sin experiencia previa como actor que firma un debut sobresaliente en el papel protagonista. Los matices de su Jamie Miller en el primer y tercer capítulo bien merecen todos los premios que probablemente le lloverán el próximo año. El segundo es el de Stephen Graham, que si bien no es un descubrimiento para nadie, se marca una de sus interpretaciones más brillantes como el padre del acusado. Y el tercero es el de Erin Doherty, conocida por su paso por The Crown, que sobrecoge en la piel de la psicóloga Briony Ariston.
A estos retos se suma el narrativo, ya que resulta de lo más complicado retener la atención del espectador en un plano que dura casi una hora, y que tampoco puede servirse de la labor de montaje para acelerar su ritmo. Algo que Adolescencia sortea sin problemas, pues logra transmitir la tensión de cada momento y hacer partícipe de toda situación a aquel que está viendo la serie desde su sofá.
Especial mención merece el primer capítulo, la mejor puerta de entrada posible a esta historia, y principalmente un tercer episodio que se desmarca como una pieza televisiva memorable. En su escenario, una sala común de un centro de menores, se genera de pronto un torbellino incontrolable de emociones y reflexiones sobre la educación y la masculinidad, provocado por lo que parecen “simples” preguntas de una profesional a un adolescente con graves problemas de conducta.
Sin entrar en spoilers, y más allá de lo arriba analizado, si por algo Adolescencia debería ser una serie de visionado obligatorio para padres e hijos no es por su estilo, sino por su temática. Y no precisamente porque esta situación de extrema gravedad sea común en toda familia, sino por las enseñanzas de calado que deja en sus cuatro entregas.
A lo largo de sus capítulos, esta serie se adentra en 'la mente' de las generaciones Z y alfa para desenmarañar y traducir los que son ya códigos propios que los adultos difícilmente son capaces de interpretar. Términos y comportamientos intrínsecos a los adolescentes de hoy en día, nacidos y criados en Internet y las redes sociales, que pueden tener consecuencias impredecibles.
Así las cosas, y bajo la visión de los adultos que educan dentro y fuera del hogar, Adolescencia retrata el clima en el que se 'cultivan' las nuevas generaciones. En sus propias casas, con los roles que sus padres muchas veces reproducen de manera inocente o inconsciente. Y en los colegios e institutos, donde los perfiles que adquiere cada uno en esa época de formación acaba marcando. Además, la serie pone de relevancia el caldo de cultivo de las redes sociales y cómo pueden ser una herramienta feroz de bullying entre los menores que acceden a ellas sin control ni supervisión.
Llegados a este punto, y siendo indiscutibles los muchos aciertos de esta serie en su retrato de la adolescencia inspirándose en un caso real, cabe señalar una 'falta' que sus propios guiones verbalizan. En su capítulo 2, uno de los personajes reflexiona sobre cómo en todo crimen la víctima acaba siendo olvidada mientras la figura de su verdugo está en el centro de todo: en la investigación, la acusación, el juicio, la sentencia y su futura reinserción, si se da el caso.
Y esa es precisamente la piedra en la que tropieza -voluntariamente o no- Adolescencia, en que ni la víctima ni su entorno tienen un mínimo protagonismo en el relato. Porque aunque el foco de esta narración se sitúe en otro lado, las víctimas no pueden ni deben ser la parte olvidada de la historia.
23 marzo 2025
La creciente visibilidad de la bisexualidad
La Generación Z, seducida por la bisexualidad: “Antes la B se perdía en las siglas del colectivo”
Casi uno de cada cuatro jóvenes de 18 a 24 años se define bisexual, según el último CIS, cuatro veces más que las generaciones previas debido al aumento de referentes y a una actitud rupturista con el binarismo


La Generación Z se siente representada por la bisexualidad. O al menos mucho más que sus mayores. En el último CIS sobre relaciones sexoafectivas, de enero de este año, casi un 15% de los encuestados se ubicaba fuera de la heterosexualidad. De estos, tres de cada cien (2,8%) se reconocían como homosexuales, mientras que las personas bi doblaban esa cifra (5,9%). Entre los encuestados de 18 a 24 años, los bisexuales se disparaban al 23,6%; es decir, casi uno de cada cuatro jóvenes. “Ahora hay menos miedo a decir que eres bi. En estos últimos años, me ha sorprendido muy positivamente ver crecer el número de personas que hablan abiertamente de su bisexualidad”, resume Andy Ortiz, madrileño de 27 años.
Además de expresarlo con mayor normalidad, muchos jóvenes también encuentran en la bisexualidad un posicionamiento político, una reivindicación, que rompe con el binarismo establecido, pero no solo cuestionando lo masculino y lo femenino, sino también lo hetero y lo homo. “Existe una conexión entre la bisexualidad, las personas no binarias y el género fluido”, incide el joven, que ejerce como profesor terapeuta en un instituto de secundaria de Madrid.
Ortiz explica que su hermana, tres años más joven que él, le abrió los ojos: “En su adolescencia, cuando yo tenía 17 o 18, empezó a compartir muchas inquietudes conmigo, con nuestra familia. Entonces, fui capaz de ver que estaba sintiendo atracción por hombres y mujeres. También de que la bisexualidad es una realidad. Hasta hace poco, la B estaba un poco perdida entre las siglas del colectivo”, puntualiza.

Y eso que las personas bisexuales representan más de la mitad del colectivo LGTBI+: un 55%, según la encuesta Estado LGTBI+ 2024, elaborada para la Federación Estatal LGTBI+ (Felgtbi+) por 40 dB. A pesar de ello, la co-coordinadora del grupo bi de la Federación, que aglutina a más de 50 entidades defensoras de los derechos del colectivo, Noelia Salido, de 29 años, habla de un borrado de los referentes bi a lo largo de la historia. “Los más mayores hemos tardado en reconocernos como bisexuales por desconocimiento y falta de referentes. A mí me ha pasado”, dice esta activista que vive en Pedro Muñoz (Ciudad Real).
Durante gran parte de su vida, Salido se había reconocido como lesbiana. No fue hasta hace unos años que se identificó como bi. “Si durante toda tu vida has sido lesbiana y sigues teniendo relaciones con mujeres, aunque tú sepas que te atraen también otros géneros, puede que no quieras visibilizarte para no recibir más violencia. Si ahora me siento reconocida y respetada, ¿por qué volver a empezar como bisexual?”, dice.
Las personas bisexuales son las que menos se visibilizan del colectivo LGTBIQ+. Lideran los hombres bi: un 45% lo oculta, según la última encuesta de la UE al respecto (publicada en 2020, llamada LGTBI II, y cuya tercera edición está en proceso de elaboración). Tampoco se visibilizan tres de cada diez mujeres bisexuales. Son cifras muchísimo más altas que en el caso de gais y lesbianas, entre quienes un 12% esconde su orientación.
“Por suerte, la gente joven viene empujando fuerte”, celebra Salido, “igual que parece que los argumentos de odio calan en la juventud, sobre todo en chicos; también llega lo referente a las personas LGTBIQ+, provocando que se hable más de realidades como la bisexualidad”.
Bastian Cáceres, de 26 años, supo que era bi en su adolescencia. “Tendría unos 14 años. Al vivir un conflicto de género, empecé también a cuestionarme mi sexualidad”, recuerda este chico, originario de Guadarrama, en la sierra de Madrid. Estudió Comunicación Audiovisual y ahora trabaja en una oficina. “Tengo mucha suerte, pues mi entorno es bastante abierto y me rodeo de personas del colectivo”, cuenta. “A pesar de ello, mi familia lleva mejor que sea trans a que sea bi”, apunta, porque “la gente a veces desconfía de la bisexualidad”.
Cáceres lleva cuatro años con su pareja, que tiene 24 años y, aparte de bi, es una persona no binaria. “Hablamos mucho sobre género. Nos gusta reflexionar y analizarlo”, expresa. Considera que el aumento del autorreconocimento como bi entre la Generación Z (nacidos entre mediados de los noventa y la primera década del siglo XXI) está relacionado con el aumento de referentes y la mayor presencia pública, pero también con cierto sentimiento de disrupción. “Hay algo de choque generacional con respecto a la bisexualidad. Y mucho tiene que ver con el género: para las personas más mayores es algo rígido y binario; nosotros, además de verlo más fluido, nos hemos dado cuenta de que es algo social. Esto cambia la manera en la que te relaciona con otras personas. Por eso ahora vivimos una nueva liberación sexual”, resume.
“La revolución bi está ahora a tope y me encanta”, celebra Javiera Zuñiga, de 29 años. Ella “desde siempre” ha sentido atracción por chicos y chicas. “Cuando me preguntan, lo digo abiertamente y con calma, tanto a mi familia —mis padres, mis primos, mis sobrinos… todos lo saben— como a mis amigos o compañeros de trabajo”.
Es chilena, nacida en San Felipe —”un pueblo cerca de los Andes”— y desde hace cinco años vive en Madrid, donde trabaja como enfermera. “A veces, quieren encajarte en otros lugares, en otras casillas, porque no todos entienden lo que significa ser bisexual. Pero no soy más lesbiana por estar con una chica ni más hetero por acostarme con un chico. Al final, como yo me sienta vale más que lo que se diga de mí. Basta con reafirmar mi postura, algo en lo que siempre he sido muy contundente”, afirma.
Además de ofrecer un amplio abanico a la hora de relacionarse, “la bisexualidad puede ser increíblemente rupturista, ya que plantea una amenaza para lo normativo y para el propio sistema capitalista”, dice Daniel Valero, de 31 años. Acaba de publicar Confundidas, indecisas, promiscuas. Bisexualidad y deseo en un mundo monosexista (Paidós), un libro que ha escrito a raíz de su salida del armario como bisexual.

Con el título hace referencia a los prejuicios con los que muchas veces se intenta cuestionar la bisexualidad, a través de frases como: “Es una fase”; “estás confundido”; “no te decides”; o “eres un vicioso”. “Llegué a sentirme más cómodo definiéndome como homosexual que como bi. En ambos casos se recibe lgtbifobia y rechazo por parte de los heteros. Como bi, además puedes ser cuestionado por la comunidad LGTBI+. La bisexualidad parece un espacio inhabitable, hostil, porque no estás tranquilo ni en la comunidad hetero ni en la homo”, relata.
El potencial transformador de la bisexualidad
Valero asocia esa hostilidad con el potencial transformador de la bisexualidad. “Amenaza el sexo y el género, las relaciones monógamas productivas o la estabilidad de la orientación sexual, porque puedes ser un hombre con novia y también una persona LGTBI+”, detalla Valero. “El monosexismo [considerar que la atracción por un género es mejor para la sociedad que otras opciones] acepta a ciertas personas, como a los homosexuales; tolera que no sean íntegramente normativos siempre que se casen, vayan a vivir juntos, compren una vivienda y formen una familia. Ahí, una persona bisexual no encaja totalmente”, reflexiona el escritor y youtubero.
“¿De qué le sirve al sistema que tú te acuestes con muchas personas, que te relaciones sexual y afectivamente con ellas, que construyas redes y lazos, que disfrutes de una forma que no se genera un beneficio económico?”, lanza Valero. “Esto da muchísimo miedo y hace que el propio sistema intente invalidarnos y difuminar nuestra identidad”, añade.
Por otro lado, resalta el gran potencial que ofrece lo bi: “Hay un porcentaje gigantesco de personas que pueden sentirse atraídas por todo tipo personas”. Algo que confirma el último CIS sobre relaciones sexuales y de pareja: casi un 63% consideraba que una persona, a lo largo de su vida, puede variar sus preferencias sexuales respecto a relacionarse con hombres o con mujeres.
A ello se añade que los jóvenes exhiben una mayor diversidad identitaria. Según otro estudio de 40 dB para EL PAÍS sobre las relaciones sexoafectivas, elaborado en 2022, entre los menores de 25 años la heterosexualidad había caído un 15% con respecto a los baby boomers [los nacidos en los sesenta]. Ese sondeo constataba que entre los jóvenes había el doble de bisexuales y homosexuales que en la generación de sus abuelos y también que eran mucho más proclives a enamorarse de alguien de su mismo sexo o con una identidad sexual distinta a la suya.

“He sido bisexual toda mi vida, aunque ahora mismo no me considero así. No porque no me pueda atraer un hombre, sino porque no estaría con él: hay actitudes de hombre que me causan rechazo”, resume María Barrier, de 25 años y nacida en Mallorca. “Ahora me considero lesbiana y a lo mejor dentro de tres años me considero otra cosa”, matiza esta antropóloga y periodista, que conduce, junto a Samantha Hudson, el podcast Bimboficadas.
Para Barrier, “la normalidad y la normatividad son inventos para encorsetarnos”. Por eso se alegra de ver a gente joven, sobre todo a mujeres, hablar abiertamente, “con libertad y seguridad”, de la bisexualidad. “Mi madre —que yo creo que es bastante bisexual y ella también lo cree— nunca se ha permitido serlo”, afirma. “En realidad, el género está tan delimitado que es muy fácil no encajar y salirse de esa norma. Lo odio, me encantaría que no existiese: ojalá todo el mundo fuese bisexual porque eso significa que hemos superado el binarismo y el género”.
20 marzo 2025
DANS LA NATURE_court-metrage
19 marzo 2025
Cortometrajes para Tratar la Diversidad Afectivo-sexual en el Aula
04 marzo 2025
Bésale, bésale mucho
Los españoles nos besamos y tocamos tanto en público que es una alegría. Debe ser el lado tierno de la marca España. Recuerdo que, ya en el añorado 1992 del olímpico Amics per sempre, lo resaltaba la escritora Rosa Montero en un artículo titulado Besos y otras cosas. Hasta nuestros waterpolistas se besan en los morros cuando conquistan un título de relumbrón. Pero no todos los hombres se sienten libres para besar o acariciar a sus novios, maridos o amigos en público. Un reciente y original anuncio publicitario australiano anima a las parejas del mismo sexo a cogerse de la mano, estén donde estén.
Para que los heteros aprendan a mirarnos con naturalidad debemos comportarnos con la naturalidad que proporciona la ternura, también en la vía pública, en las playas, en un restaurante, en el cine, en la universidad, en el metro. Muchos gays y lesbianas deben aún guardarse la mano en el bolsillo cuando pasean junto a su pareja por la calle. No nos reprimamos nunca cuando queramos acariciar o besar a nuestro chico o chica, o nos apetezca ir cogidos de la mano, por miedo a fascistas homófobos. Mostrando nuestro amor podemos parar su odio. Pásalo. cmg2019
¡Nos queda Portugal!
Por VÍCTOR LAPUENTE
El País, 12 de marzo de 2024
Los progresistas españoles solían recurrir al “menos mal que nos queda Portugal”. Pues era lo más parecido al ideal: una república (no monarquía) ibérica con mayoría absoluta (no relativa) de los socialistas y una extrema derecha arrinconada. Las elecciones del domingo han cambiado el panorama, pero nuestro país vecino lleva tiempo emitiendo señales que deberíamos escuchar. Portugal es el mejor maestro para España, y viceversa, simplemente por nuestra cercanía, que es una variable que despreciamos al buscar ejemplos con quienes compararnos. Preferimos mirar a naciones más al Norte, obviando las múltiples diferencias histórico-geográficas que nos separan. El mejor modelo a seguir en la vida es una hermana o un primo, no los lejanos Elon Musk o Taylor Swift.
La pareja España-Portugal me recuerda a Suecia-Noruega. El Goliat peninsular que es superado por el diminuto David: Noruega adelantó en renta per cápita a Suecia hace unos cuantos años y, según la OCDE, Portugal lo hará con España en unas décadas. Esos sorpassos entre vecinos son, en parte, el resultado de que la nación pequeña aprende de la grande (para empezar, su idioma; pero, luego, sus políticas exitosas) mientras esta, vanidosa, le da la espalda y mira a las “potencias europeas”. Y, sobre todo, a su propio ombligo.
En política, Portugal nos ofrece dos lecciones importantes. La primera es que el lenguaje hiperbólico palidece ante un desempeño económico sensato. Hace una década, la derecha portuguesa trató de desprestigiar el acuerdo entre los socialistas y la izquierda radical (el Bloque de Izquierda y los comunistas) calificándolo de geringonça (galimatías). En teoría, el país se encaminaba al desastre porque el Gobierno pactaba con formaciones antisistema que hablaban de salir de la OTAN, dejar el euro o no pagar la deuda. Pero, en lugar del apocalipsis, resulta que el Gobierno de Costa manejó bien los retos económicos y la ciudadanía se lo agradeció con una mayoría absoluta en 2022 —que fue tan sorprendente para la opinión pública portuguesa como la victoria de facto de Sánchez el 23-J—. La gestión se impone a la exageración. Señor Feijóo, tome nota.
La segunda es que la gente puede perdonar casos esporádicos de corrupción, pero castiga a un Gobierno en el que, aunque su máximo dirigente no se haya enriquecido personalmente, se reproducen conductas irregulares en varios puntos y no se explica con transparencia qué mecanismos sistemáticos permitieron esa podredumbre y cómo limpiarla. Señor Sánchez, tome nota.
Elogio de lo pequeño

El País, 1 de marzo de 1999
¿Por qué Woody Allen termina su Celebrity pidiendo socorro en un espolique que nada tiene aparentemente que ver con la película? Digo aparentemente, porque en la trastienda del filme sí tiene sentido, y mucho, la llamada de auxilio. Celebrity encontró serias dificultades para terminarse. Los tentáculos de Hollywood comienzan a imponer su juego a las pequeñas producciones, con objeto de ahogarlas, cuando creen ver en ellas un rival peligroso en su dominio colonial de los mercados audiovisuales exteriores, y exigen a la producción casera que se atenga a los pactos gremiales y alarguen hasta el delirio los títulos de crédito, con el consiguiente encarecimiento del rodaje. No quieren películas pequeñas, a no ser que se disfracen de grandes. Si se observa cualquier película de Allen, salta de la pantalla que su imagen desmiente el sistema estándar hollywoodense. Parece una película europea, en la que la cámara se desentiende de la primacía del envoltorio y de las superficies inútiles, tramposas y encarecedoras. En el recién acabado festival de Berlín vimos media docena de películas con gran inteligencia fotográfica. Una es la norteamericana, fuera de norma, A Thin Red Line (Una delgada línea roja); el resto fueron la bellísima luminosidad de Ça commence aujourd'hui (Hoy comienza todo), del francés Tavernier; la penetrante oscuridad de la alemana Nachtgestalten (Encuentros nocturnos); la fastuosa indagación en la risa negra de Mifune, filme danés hecho a la manera de Lars von Trier, cuya premeditada tosquedad en Los idiotas es, en realidad, un prodigio de finura fotográfica; la mínima película vietnamita Tres estaciones, que más que fotografiada parece bordada; y la precisión casi documental de la española Solas, cuya pegada tiene una inmediatez que entusiasmó al público berlinés, tal vez el que mejor y con más sutileza sabe ver cine de toda Europa.
Todas ellas son películas pobres, incluso muy pobres. Por ejemplo, Solas ha costado algo más de 600.000 euros, aproximadamente lo que cuestan dos días de rodaje en celuloide de papel cuché de cualquier hollymemez de Bruce Willis y compañía. Pero esta pequeñez española dio un baño de verdad fotográfica a algunas opulentas intrusas del escaparate berlinés, que el público de esta ciudad ignoró, cuando no abucheó. Porque lo que está haciendo esa reluciente fotografía encarecedora es desterrar del cine la vieja mirada amiga, veraz, borrosa unas veces, imprecisa otras, pero humana siempre, por una mirada infalible de robot de laboratorio, nacida muerta.
27 febrero 2025
¿50 años no es nada?
Por MARTA NEBOT
Público, 12 de enero de 2025
¿Qué estabas haciendo el 20 de noviembre de 1975? ¿Dónde te pilló la noticia? Si eras demasiado niño para recordarlo o ni siquiera estabas en proyecto, pregunta a tus cercanos cómo lo vivieron, qué significó para ellos, qué pasó en España.
No he encontrado el dato que confirme que ese día se descorcharon más botellas que en fin de año, pero muchos me han contado la que guardaban para la ocasión; los brindis, el gozo y la emoción desbordantes porque la dictadura por fin había terminado, porque, con la muerte de Franco, la llegada de la democracia había empezado. Yo no me enteré pero me contaron que fue como si nos hubiese tocado el Gordo a casi todos, en secreto.Mi amiga Luisa, que recibió la noticia trabajando en su quiosco de la calle Embajadores, en pleno corazón de Madrid, me contó el relato que mejor refleja qué pasó aquella jornada, cuando ella tenía 20 años. Vendió más periódicos que nunca. No pudo ni comer, ni echarse un cigarrito, ni ir al baño. La cola no paró en todo el día. No les daba tiempo –a ella y a su madre, con quién llevaba el puesto– a meter los fardos bajo techo. Les quitaban los ejemplares de las manos en la acera y las caras y los gestos lo decían todo. Unos les sonreían, entre guiños, apretaban el puño escondido en señal de victoria, disimulaban como podían la alegría incontenible; otros se mostraban abiertamente compungidos, algunos incluso lloraban.
50 años después, cuando ha quedado demostrado que la democracia ha sido buena para todos –incluso para los que ese día lloraban–, los que lloraron siguen sin querer conmemorar aquel cambio que nos hizo libres y prósperos. PP y Vox, cumpliendo las órdenes de Ayuso –que fue la primera que pió– ya han dicho que no van a participar en ninguno de los 100 actos previstos este año para conmemorar el medio siglo en libertad y avances que llevamos.
Porque, además de las libertades y derechos conquistados (de pensar, de expresar, de amar, de dejar de hacerlo, de creer o no, de votar, de denunciar, de igualdad de oportunidades, de igualdad sin más, de no estar bajo la bota de un patrón, de un maltratador, de un policía, de un cura o de una monja), la democracia ha duplicado la renta per cápita, aunque falte mucho por hacer en el terreno de la desigualdad y el camino de los derechos y la justicia social nunca se pueda dar por concluido.
50 años después de que se les perdonase hasta lo imperdonable por facilitar el cambio, los que aquel día lloraron siguen sin querer reconocer que esto es mejor que aquello y se niegan a colaborar para preservarlo.
Su revisionismo justificador del franquismo, que ya empezó en los 90 con Aznar, después del silencio histórico generalizado impuesto por la transición, llega en 2025 a su cima y se suma a la Internacional Facha de Italia, Alemania, Polonia, Hungría, Francia, Rusia, Chile, Brasil, Argentina, Estados Unidos... En todos esos países la derecha ultra promueve la dulcificación o incluso la defensa de sus dictaduras y de sus nacionalismos expansionistas.
La internacional de izquierdas, la idea de la unión de los pueblos obreros, murió con el comunismo. La internacional de derechas renació más fuerte que nunca con los ultras del siglo XXI copiándose los modos, los gestos, las estrategias y los iconos.
Por eso es tan importante ahora dar la batalla de la memoria, que siempre habla del presente más que del pasado. Por eso es fundamental apelar a la Internacional Demócrata. Igual que los demócratas de izquierdas deben condenar a Maduro, los de derechas deben hacer lo mismo con Orbán y, por supuesto, con Franco, Pinochet y toda la pandilla.
En España, en 2025 y bajo el lema "50 años de libertad", se van a organizar homenajes a los movimientos sociales que entonces empujaron en esta dirección (estudiantiles, vecinales, sindicalistas...), exposiciones, coloquios, encuentros, charlas y hasta un escape room ambulante. El propósito es capilarizar el reconocimiento, el respeto y el amor -sí, el amor- y el cuidado por lo que construimos y logramos juntos, sin enfocar solo a los grandes nombres tantas veces ensalzados. Fue la gente en las calles, la presión social, la modernidad en Europa y el trabajo de quienes entendieron y capitalizaron ese momento crucial -todo junto- lo que hizo de este país otro.
Las últimas encuestas dicen que la mayoría de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años están entre la abstención y el voto a Vox. Entre ellos la antipolítica gana. Un 26% de los jóvenes varones, además, prefiere "en algunas circunstancias" el autoritarismo a la democracia. Es decir, S.O.S. La democracia por primera vez está seriamente en duda.
Los estudios sobre el lugar dónde se informan y se entretienen casi todos ellos y los menores, las redes, concluyen que más del 90% de los youtubers consumidos en España son entre muy de derechas y ultras. S.O.S (bis).
Por eso, con esta iniciativa, pretenden llegar a los colegios, a los institutos, a las universidades, a los ayuntamientos, a las asociaciones de vecinos, a las redes sociales. Y no puede ser más oportuno.
Toca recuperar el terreno perdido en pedagogía y en historia por las concesiones de la transición con los que el 20N lloraban y siguen llorando.
Esta vez, el éxito también dependerá sobre todo de la sociedad civil, porque las competencias de educación son autonómicas.
Las intenciones parecen buenas y fuentes del Gobierno se sacuden las acusaciones de maniobra de distracción ante tanto caso en su contra en los juzgados, argumentando que esta conmemoración viene de lejos y que en febrero se estrenará una serie en RTVE titulada España en libertad, coordinada por Nicolás Sartorius, firmada en 2022, que lo prueba.
La ejecución está abierta a propuestas a través del portal www.espanaenlibertad.gob.es con un presupuesto de unos 20 millones de euros. El objetivo es concienciar sin "fracturar" ni "montar líos", según las mismas fuentes del Gobierno.
El primer acto se celebró el miércoles pasado en el Museo Reina Sofía y el rey no estuvo. No invitaron a las asociaciones implicadas en la Memoria. Sí a toda la prensa, incluida una servidora, y a una cantante, compositora y lesbiana de 23 años llamada Jimena Amarillo, que tiene más de 500.000 oyentes mensuales en Spotify, que interpretó su versión de Libertad sin ir. Y a Albanta San Román, una veinteañera actriz, escritora y podcaster de keep it cutre, que hizo una encuesta en la calle que nos mostraron en un vídeo. Pedro Sánchez en su intervención no dijo ciertas palabras: Franco, Rey, República.
Y ahí es dónde veo el peligro. En que, por atraer a los jóvenes, por evitar choques generacionales, por no entrar en si monarquía o república, por hacerlo lo más mainstream posible, sin polémicas ni escozores, la historia no se cuente, las celebraciones sean gaseosas, insulsas, sin contenido nutritivo. Si no se llama a las cosas y a las personas por su nombre, si no se muestran carne, experiencias y vida, si no se pone pasión en lo que se defiende, si no se relatan los peligros que nos acechan si cae la democracia, la celebración quedará meliflua y el discurso, que podría ser épico, se convierte en uno de tantos.
Entiendo el intento de modernizar, de no contar lo de siempre con palabras, rostros e iconos que pueden sonar a viejo a los que están en edad de comerse el mundo y buscan uno propio, pero eso no puede significar ocultar lo trascendental y básico.
No sé cuáles han sido los discursos en las conmemoraciones en Portugal, Italia, Alemania o Grecia, que han celebrado fastos parecidos hace poco. Las informaciones que me llegan dicen que han celebrado el mismo hito, la fecha en que lo anterior terminó y no las aprobaciones de sus constituciones, como el PP reclama. En todos estos casos los jefes del Estado y los principales partidos de la oposición participaron. Allí la unión de los demócratas ha primado sobre las disputas partidistas.
Y sí, cada uno celebra su suerte: un golpe de Estado con claveles en los fusiles en vez de disparos, el linchamiento del Duce, el suicido grupal de Hitler con muchos de sus allegados y sus niños en un bunker, la muerte de Franco en su cama...
El 20 de noviembre de 1975 yo era un bebé de pocos meses. Mis cumpleaños coinciden con sus años de muerto y con los años de vida de esta democracia. La vida y la muerte se van dando el testigo. Lo suyo tuvo que morir para que naciera lo nuestro. Sigamos brindando y peleando por lo conseguido y por lo que podemos seguir consiguiendo. Decía José Luis Sampedro que las batallas hay que darlas siempre, se ganen o se pierdan, por el mismo hecho de darlas. Tal vez por eso no pueda resistirme a terminar esta columna pidiendo a la derecha democrática que brinde con nosotros por estas cinco décadas de convivencia. Felicidades, demócratas.